miércoles, 29 de junio de 2022

LAS REDES SOCIALES COMO RIESGO Y OPORTUNIDAD PARA EL DESARROLLO ADOLESCENTE



El uso de redes sociales en chicas y chicos es una experiencia normativa que constituye un nuevo escenario virtual que puede influir potencialmente en su desarrollo psicológico y social. El hecho de que este uso sea muy elevado entre adolescentes, unido a la gran plasticidad cerebral durante esta etapa evolutiva, ha incrementado el interés por el estudio de los efectos de dicho uso en el bienestar y desarrollo adolescentes.


Estudiar la experiencia de uso de redes es un asunto complejo que va más allá de evaluar su tiempo de uso. Así, son muy distintos los motivos detrás de su uso: mantener contacto con el grupo de amigos, hacer nuevas amistades, ligar, expresar ideas o sentimientos, obtener información y reconocimiento social, o entretenerse. También son diversas las actividades realizadas en ellas: subir fotos, crear vídeos, escribir cosas propias, o simplemente curiosear lo que publican otros (Pertegal, Oliva y Rodríguez-Meirinhos, 2019). Cada uno de estos motivos o tipos de uso representan experiencias diferentes con consecuencias que no son equiparables.


Como cualquier otro contexto de desarrollo, el virtual puede conllevar tanto efectos negativos como positivos. Entre los primeros, hay que destacar el sexting o intercambio de contenidos de carácter sexual como vídeos o fotos; el grooming, que se refiere a aquellas prácticas online de ciertos adultos para ganarse la confianza de menores con fines de satisfacción sexual; y el ciberbuying o uso de medios digitales para humillar o maltratar psicológicamente a otros chicos o chicas (Ojeda y Del Rey, 2021).


Otra consecuencia negativa derivada del uso de redes sociales, y que genera una gran preocupación social, es la adicción, que suele alcanzar su máxima prevalencia durante la adolescencia debido a que los mecanismos de control emocional y conductual aún no se han desarrollado plenamente. De hecho, el bajo autocontrol es uno de los principales factores de riesgo para el desarrollo de esta adicción, que suele aparecer asociada al malestar psicológico y la sintomatología ansioso-depresiva (Oliva, Antolín-Suárez y Rodríguez-Meirinhos (2019). Aunque la adicción está relacionada con el tiempo de uso, sus indicadores más fiables son la pérdida de interés y el abandono de otras actividades o aficiones, el aislamiento de la familia, la necesidad de dedicar cada vez más tiempo a su uso o el malestar cuando no se tiene acceso a ellas. Aunque el tiempo de uso también está relacionado con el malestar psicológico y la insatisfacción vital, esta relación va a estar moderada por el tipo de uso de las redes sociales que se lleve a cabo, siendo esta relación mayor en el caso de un uso pasivo, como curiosear otros perfiles de usuarios, probablemente porque ese uso fomenta la comparación social, la envidia y la baja autoestima. Cuando se utilizan las redes para contactar con amistades reales y para la auto-expresión está relación se invierte, de forma que el uso se asocia al bienestar psicológico (Krasnova et al., 2015).


También la edad y el género moderan la relación entre el tiempo de uso y el malestar psicológico, así entre los 10 y los 15 años se encuentra una relación lineal entre ambas variables de forma que el malestar aumenta con el tiempo de uso, especialmente entre las chicas. En cambio, en adolescentes de edades comprendidas entre los 16 y los 21 años se observa una relación curvilínea en forma de U invertida, indicando que quienes declaran usar poco o mucho las redes sociales muestran una menor satisfacción vital que quienes hacen un uso moderado, lo que se ha denominado la hipótesis Goldilocks (Orben, Prybylski, Blakemore y Kievit, 2022).  Es probable que un escaso uso de redes sociales durante la adolescencia media y tardía genere aislamiento social y FOMO, acrónimo de “fear of missing out”, que describe el miedo a perderse algo y es un fenómeno relacionado estrechamente con la digitalización de nuestro mundo actual. Un sentimiento que se puede convertir en una verdadera fuente de malestar.


Las consecuencias negativas asociadas al uso de redes no deben llevarnos a olvidar los efectos positivos que pueden acarrear. Uno de los aspectos más estudiados es el relativo a la influencia que las redes pueden tener en el desarrollo de la identidad personal, ya que proporcionan un medio que abre al chico o chica un amplio horizonte virtual en el que sentirse libre para implicarse en exploraciones y experiencias que le ayuden en la construcción de su identidad. En el contexto virtual puede ser más creativo, expresar de forma más libre sus opiniones o sentimientos, experimentar con distintos roles y acceder a mucha información (Sebre y Miltuze, 2021). Si en generaciones anteriores el diario personal representaba un medio que muchos chicos y chicas usaban para construir narrativas a partir de las experiencias vividas que les ayudasen vincular pasado, presente y futuro, y así conocerse mejor, en la actualidad las imágenes y vídeos subidos a Instagram, Youtube o Tik Tok pueden cumplir ese mismo papel.


También youtubers e influencers, a pesar de la imagen negativa que suelen llevar aparejada, pueden tener influencias positivas sobre chicos y chicas, ya que son figuras con las que les resulta fácil identificarse por cercanía de edad, por compartir cultura, gustos e intereses, y por utilizar un lenguaje cercano. También han vivido experiencias y circunstancias similares a las que pueden estar atravesado ellos, especialmente en el campo de las relaciones afectivo-sexuales, o la identidad de género, por lo que suelen constituirse en figuras o referentes importantes (Aran-Ramspott, Fedele y Tarragó, 2018). En estos años de desvinculación emocional con respecto a las figuras parentales, chicos y chicas van a beneficiarse del contacto con otros personajes con los que identificarse, y que le ofrezcan valores diferentes a los que imperan en el entorno familiar.


Como conclusión, podemos decir que las redes sociales representan un contexto de desarrollo en el que se reproducen muchos de los riesgos y oportunidades que se presentan en la vida real. El cotilleo, la imitación, la búsqueda de aprobación, la envidia o el maltrato no son exclusivos de la realidad digital. El mundo virtual no es solo un contexto cargado de riesgos, ni un entorno en el que relacionarse, conocer gente o subir fotos. También representa un contexto tan significativo como la familia y la escuela para la socialización, el autoconocimiento, la autoestima, el bienestar o el logro de la identidad personal.

 

 

 

 
 

jueves, 13 de mayo de 2021

CREATIVIDAD Y VULNERABILIDAD AL LIKE. O DONDE DIJE DIGO….

Recogía en una entrada anterior la idea basada en estudios de neurociencias de que las experiencias tempranas negativas podían llevar tanto a la búsqueda de la novedad como a la creatividad. Esta relación, lejos de resultar sorprendente, apoya una idea muy extendida de que tras las grandes creaciones hay una alta dosis de sufrimiento y malestar psicológico. Una relación que ya destacó Arístóteles cuando aludió a la relación entre melancolía y creación, y que recogió el psicoanálisis al poner al trauma en el origen de la actividad creadora (López Mondéjar, 2015). Sin embargo, la idea contraria también ha tenido sus defensores. Como el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi con su teoría del flujo, en la que destaca cómo la creación requiere de una inmersión total en la actividad que es más probable en situaciones de serenidad y bienestar psicológico. Aunque también podemos entender que la causalidad lleva la dirección contraria, de forma que es el flujo creador el que nos hace sentirnos felices y satisfechos. Además, serían las experiencias infantiles positivas las que estarían en el origen de ese flujo creativo. Cuando el trato es afectuoso y los padres se muestran atentos y disponibles, el menor desarrolla un modelo de apego caracterizado por la seguridad y confianza en sí mismo y en los demás: si me atienden y me quieren aprendo que soy valioso. Como apuntó Bolwby (1968) en su clásica teoría del apego, los humanos estamos motivados a buscar un equilibrio entre la seguridad que nos ofrece un contexto familiar previsible y las conductas de búsqueda y exploración del entorno. Cuando los progenitores son sensibles y responsivos, el bebé aprende que el entorno es predecible y lo utiliza como una base segura a partir de la que explorar. Por contra, si los padres se muestran poco disponibles o rechazantes, el menor tomará conciencia de esa impredecibilidad y la generalizará a todos los contextos sociales. Es el feedback inconsistente y poco fiable en la primera infancia el responsable de la inseguridad del modelo interno construido por el niño o niña. Una inseguridad que le llevará a dudar de sí mismo, a evitar la exploración y a desarrollar una autovaloración inestable y excesivamente dependiente del feedback instantáneo y de la evaluación de los demás. Es muy poco probable que esa dependencia enfermiza sea el mejor caldo de cultivo para realizar aportaciones originales y novedosas, en tanto que el sujeto tendrá más dudas a la hora de seguir su propio camino y tenderá a buscar continuamente la aprobación de los demás. Y aunque a todos nos viene bien un like, no todos tenemos la misma necesidad de conseguirlo a toda costa. Hay que aclarar que la duda siempre hará acto de presencia, incluso en los creadores más seguros y originales. Sin embargo, en algunas ocasiones podemos encontrarnos con personas que parecen no presentar ninguna incertidumbre, y que muestran una sospechosa desmesurada seguridad en sí mismas. En esos casos es muy probable que se trate de actitudes compensatorias que esconden una gran fragilidad construida a partir de experiencias infantiles poco favorables. Por lo tanto, el debate acerca de la influencia de las experiencias infantiles sobre el proceso de creación no parece estar cerrado. Y es que la creación es una estación a la que se puede llegar por vías diferentes. Texto y foto: Alfredo Oliva Delgado.

domingo, 9 de mayo de 2021

LA VIDA TRANSCURRE ENTRE LOS 10 Y LOS 25 AÑOS O LA PLASTICIDAD DEL CEREBRO ADOLESCENTE

 



Termino la lectura de “Volver la vista atrás”, esa excelente novela en la que Juan Gabriel Vásquez se adentra en la biografía del director de cine Sergio Cabrera, con la sensación de haber asistido vicariamente una vida extraordinaria. O al menos a una década, ya que la mayor parte de los hechos relatados se sitúan entre los 12 y los 23 años de vida del cineasta colombiano. Ese acotamiento temporal podría sugerirnos que traspasada esa frontera no le aconteció nada digno de ser novelado. Y es que, tras haber participado de forma activa en la Revolución Cultural de Mao o haberse alistado en el EPL para vivir desde dentro la guerrilla colombiana, resultaba complicado mantener el tono narrativo con experiencias mucho más prosaicas.  

Sin embargo, también las reminiscencias de quienes llevamos vidas menos apasionantes suelen tener el mismo sesgo de edad: tenemos muchos más recuerdos autobiográficos de la adolescencia y la adultez temprana que del resto de nuestras vidas. Así, libros, canciones, películas, poemas y personas de esos años parecen ensancharse en nuestra memoria dejando poco espacio que rellenar.  Se trata de una experiencia bastante generalizada que la psicología denomina "reminiscence bump", y que nos muestra cómo los acontecimientos de esos dulces años tienen mucha más presencia en nuestros recuerdos.

Es muy evidente que en esa época nos ocurren cosas muy importantes y con mucha carga emocional, como el primer beso, el primer concierto, o el primer viaje con los amigos. Sin embargo, no creo que superado ese límite temporal la vida se vuelva tan rutinaria y anodina como para no merecer la atención de nuestra memoria, puesto que son muchos los hitos vitales relevantes que acontecen en décadas posteriores.

La explicación parece estar en el desarrollo del cerebro, concretamente en la maduración del córtex prefrontal, que experimenta un importante desarrollo durante la adolescencia. Y es que si los primeros años de vida son esenciales para el desarrollo de algunas áreas cerebrales relacionadas con la percepción o el lenguaje, la segunda década de la vida lo es para zonas neuronales relacionadas con funciones psicológicas superiores como la cognición y la memoria. Así, incluso algunos acontecimientos cotidianos y de escasa relevancia se encuentran sobrerrepresentados en nuestra memoria.

Podría decirse que la adolescencia es un periodo sensible para el desarrollo, y que todas las experiencias que un chico o una chica tiene durante esos años van a dejar una profunda marca en su personalidad y su inteligencia. Cuando esas influencias son favorables nos encontraremos con un desarrollo positivo de diversas competencias cognitivas y socio-emocionales, lo que sin duda tiene unas claras implicaciones prácticas para la intervención en la promoción del desarrollo. Pero esa plasticidad también tiene sus riesgos, ya que hace al adolescente muy vulnerable a las situaciones estresantes, especialmente al estrés social. Así, el rechazo social, el aislamiento o el bullying van a dejar unas secuelas muy persistentes. También va a mostrarse más sensible a los efectos del consumo de drogas, un consumo que suele ser frecuente tras la pubertad. Por ejemplo, algunos estudios longitudinales han encontrado que el consumo importante de cánnabis en la adolescencia temprana está asociado a una disminución significativa del cociente intelectual. Disminución tanto más acentuada cuanto mayor es el consumo.

Por lo tanto, aunque la vida no transcurra sólo entre los 10 y los 25 años, sí parece que todo lo que ocurre en esa década y media marca profundamente nuestro devenir futuro. A partir de esa edad, la ventana a las influencias ambientales se irá cerrando poco o poco, lo que no quiere decir que el cerebro adulto pierda toda la plasticidad. Aunque con menos intensidad, siempre entrará algo de luz por esa ventana.

Texto y foto: Alfredo Oliva Delgado


lunes, 26 de abril de 2021

MALESTAR PSICOLÓGICO Y CREATIVIDAD: DE LAS EXPERIENCIAS INFANTILES ADVERSAS A LA ORIGINALIDAD INNOVADORA

 


La apreciación y valoración estética de una fotografía es un asunto complejo en el que intervienen muchos factores y que pasa por sucesivas fases o momentos. Una vez que nos situamos ante una imagen, previamente considerada como estética o artística, son los elementos perceptivos relativos a la composición los que más nos llamarán la atención, haciendo que nos resulte más o menos interesante o atractiva. Probablemente ese sea el aspecto más estudiado y sobre el que más se ha escrito. Ya sabemos la importancia de elementos como como el contraste, la nitidez o la falta de ella, la complejidad, el dinamismo, la simetría, el color, el orden o el agrupamiento. A esos elementos ya me he referido en diversas ocasiones.

Otro aspecto que va a resultar muy determinante en cómo valoramos una imagen o un trabajo fotográfico es el relacionado con cómo se sitúa entre los polos original/novedoso versus familiar. La relación entre la valoración y la familiaridad no es sencilla y resulta difícil establecer leyes universales. Pero, aunque pudieran establecerse, esas leyes ignorarían la importancia de las diferencias individuales. Así, ante un mismo trabajo las reacciones del observador pueden ser muy distintas en función de factores personales. Mientras que la originalidad de un trabajo resulta estimulante para quienes se aburren ante imágenes que les resultan demasiado familiares o previsibles, otras personas pueden sentirse desconcertadas ante una originalidad novedosa que les puede resultar aversiva. Estas personas se sentirán más cómodas ante obras familiares que les despiertan algunas resonancias y que pueden encuadrar en corrientes o estilos.
 
Parece indudable que la formación del observador puede influir en este gusto por lo novedoso, aunque no es fácil determinar en qué sentido: si bien esa formación le permitirá encuadrar mejor una obra aumentando su goce estético, también puede hacer que le resulte demasiado familiar disminuyendo su interés en ella (“más de lo mismo”). Pero más allá de la mayor o menor formación del evaluador, me atrevo a sugerir que existen otras variables personales de carácter psicológico que pueden resultar determinantes. A mi juicio, la candidata ideal es la dimensión de la personalidad etiquetada como apertura a la experiencia o atracción hacia lo novedoso. Un rasgo bastante estable y que tiene una base neurobiológica relacionada con la activación de circuitos cerebrales relacionados con el placer o recompensa. En unas personas domina el circuito que se activa ante lo novedoso, por lo que las experiencias que conllevan cierta innovación generarán más interés y resultarán más placenteras. En cambio, en otras personas es el sistema neuronal relacionado con la familiaridad el que se muestra más sensible y estimulante.

El equilibrio que se establece entre esos dos circuitos influye en muchos aspectos de nuestro comportamiento que van más allá de la valoración o creación estética, tales como la búsqueda de sensaciones, el establecimiento de relaciones afectivas o las conductas de asunción de riesgos. Pero lo que resulta más interesante es la reciente evidencia empírica que nos indica que el predominio de uno u otro circuito cerebral está muy determinado por las experiencias infantiles, concretamente por el tipo de vínculo que el bebé establece con sus cuidadores principales. Así, cuando el bebé establece un vínculo de apego seguro con ellos porque se muestran sensibles y responden a sus necesidades, tendrá lugar un progresivo cambio del predominio del sistema ventral que atiende a lo novedoso hacia una preferencia por el sistema que encuentra recompensa y placer en la familiaridad. Por contra, cuando el vínculo es inseguro se mantendrá el predominio del sistema que se activa ante la novedad. Se trata de un proceso complejo y adaptativo en el que intervienen hormonas como la oxitocina y el cortisol.

Por lo tanto, parece que un contexto familiar conflictivo y poco previsible, incluso abusivo o negligente, que lleve a un apego inseguro con sus consecuencias negativas (conductas de riesgo, adicciones, estrés, ansiedad social, problemas relacionales) puede estar detrás de una mayor preferencia por la novedad y la originalidad, algo que resulta esencial tanto en la apreciación estética poco sujeta a corsés como en la creación de nuevos lenguajes. Tal vez, es por ello por lo que con tanta frecuencia se han asociado el desajuste psicológico y las conductas de asunción de riesgos con la originalidad y la creatividad, sobre todo cuando se trata de romper con moldes y abrir nuevos caminos.
 
Texto: Alfredo Oliva Delgado Foto: Elliott Erwitt

miércoles, 21 de abril de 2021

USO DE REDES SOCIALES Y VULNERABILIDAD ADOLESCENTE

 

La vida de chicos y chicas adolescentes cada vez resulta más virtual que real ya que una importante parte de las horas del día transcurren mientras están inmersos en redes sociales o medios digitales. Sus smartphones son los dispositivos que les permiten entrar en un contexto social de experiencias vitales que van a influir de forma determinante en su bienestar y su estado de ánimo. Ese uso intensivo, unido a la vulnerabilidad y plasticidad de un cerebro aún inmaduro y muy sensible a las experiencias sociales, aumenta el interés por estudiar las consecuencias que puede tener el uso de medios digitales en el desarrollo adolescente.

Por una parte, hay que destacar la enorme susceptibilidad de chicos y chicas a la aceptación o el rechazo, algo que en las redes sociales suele ocurrir con mucha frecuencia.  La investigación en el ámbito de psicología y las neurociencias muestras que cuando un adolescente se siente ignorado o excluido se activan zonas cerebrales relacionadas con el malestar psicológico. Algo que también se observa en adolescentes con una historia previa de privación, maltrato o exclusión prolongada. En cambio, la aceptación (p.e. recibiendo comentarios o likes) provoca la activación de las mismas zonas que se activan cuando se reciben recompensas monetarias. Zonas relacionadas con el placer y la recompensa que durante la adolescencia se hallan en estado de hiperexcitabilidad.

Por otra parte, y relacionado con lo anterior, la adolescencia es la etapa de mayor vulnerabilidad ante la presión del grupo de iguales. Así, algunas situaciones experimentales muestran cómo chicos y chicas tienden a cambiar su valoración inicial de algún contenido encontrado en las redes (canciones, fotos, etc.) tras ver cómo los demás llevan a cabo una valoración diferente. Es decir, el entorno digital va a ofrecer muchas situaciones en las que la conformidad ante la presión del grupo se va a poner de manifiesto y se puede ver intensificada.  Tienen los adolescentes tanta necesidad de integración en el grupo que les cuesta mucho sostener una opinión diferente a la mayoritaria, o a la expresada por sujetos populares o con ascendencia en el grupo.

Finalmente, hay que aludir a las dificultades para la autorregulación de las emociones que presentan chicos y chicas adolescentes como consecuencia de la inmadurez de las zonas cerebrales responsables de esa regulación. Eso supone que se verán muy afectados por las emociones generadas por la interacción online. Así, suelen mostrar más malestar y más agresividad después de un rechazo o una interacción negativa, lo que puede generar una escalada de intercambios virtuales conflictivos. Además, esa elevada emocionalidad va a influir en cómo procesan algunos contenidos presentados en las redes de forma sensacionalista y con una alta carga emocional. Ante cualquier información que se nos presenta se activan dos procesos diferentes, uno de corte emocional y otro reflexivo-cognitivo que nos permite realizar un análisis más profundo y descartar bulos o noticias falsas. Sin embargo, en la adolescencia el proceso emocional va a tener mucho peso ya que las estructuras corticales encargadas de regulación las emociones se encuentran aún inmaduras. Ello situará a chicos y chicas en una posición de mucha vulnerabilidad ante esos contenidos falsos que se presentan con mucha carga emotiva y sensacionalista.

Podríamos pensar de forma errónea que estas limitaciones afectan sólo a quienes se encuentran en la segunda década de la vida, y que la entrada en la adultez conlleva un paso de página que deja atrás la vulnerabilidad propia de la adolescencia. La cosa no está tan clara pues no faltan los estudios que encuentran resultados similares en sujetos bien adentrados en la adultez temprana.


sábado, 10 de abril de 2021

LA ESCASA RACIONALIDAD DE NO PONERTE LA VACUNA DE ASTRAZENECA

 

                                    Foto: Jose Luis Roca

Leo en la prensa que un 60% de madrileños rechazó ayer ponerse la vacuna de AstraZeneca. La noticia me causa sorpresa, aunque teniendo en cuenta algunas decisiones de los madrileños respecto a otros asuntos no debería sorprenderme tanto.

La toma de decisiones es un terreno en el que se ponen de manifiesto cómo personas relativamente inteligentes pueden tomar decisiones poco racionales. Y es que hay que distinguir entre inteligencia y racionalidad. Mientras que la inteligencia hace referencia a aquellas competencias y habilidades usualmente evaluadas mediante los tests de inteligencia, la racionalidad tiene que ver con adoptar objetivos apropiados y emprender acciones de acuerdo con dichos objetivos y con las propias creencias. Son muchas las ocasiones en las que inteligencia y racionalidad aparecen disociadas, y en las que sujetos inteligentes toman decisiones poco racionales.

Estas discrepancias se manifiestan de forma clara en los sesgos cognitivos que cometemos cuando analizamos un problema o situación ante la que debemos dar una respuesta o tomar una decisión. Unos sesgos que suelen estar causados por el desequilibrio entre dos sistemas diferentes de pensamiento. El sistema 1 es experiencial e intuitivo, opera de manera rápida y con poco esfuerzo, también es inconsciente y automático. En cambio, el sistema 2 es analítico, consciente y responsable de operaciones lógicas y cálculos complejos que requieren de mucha atención y esfuerzo mental, tales como comprobar la validez de un argumento lógico complejo o comparar los riesgos derivados de tomar una decisión.

También la Teoría de la Representación Borrosa propone la existencia de dos formas cualitativamente diferentes de procesamiento y codificación de la información.  En algunos casos procesamos la información atendiendo a aspectos literales pero carentes de significados (palabras o cifras exactas). En otras ocasiones se trata de representaciones basadas en un procesamiento profundo de la información que extrae su significado esencial, aunque carece de la precisión y el detalle de las representaciones literales. Mientras que las representaciones literales pueden basarse en cantidades o porcentajes objetivos y exactos, las esenciales se basan en la interpretación o valoración que hace el sujeto de una determinada situación incorporando aspectos emocionales de las diferentes alternativas entre las que se ha de decidir.

La toma de decisiones se puede ver beneficiada en algunas ocasiones por un razonamiento intuitivo que tenga en cuenta lo esencial de la información disponible, atendiendo a los aspectos esenciales más que a los detalles. Por ejemplo, si un adolescente que ha de decidir entre consumir o no consumir alcohol antes de coger el coche para regresar a casa es posible que sopese la baja probabilidad de tener un accidente frente al placer de divertirse con sus amistades y volver a casa de forma cómoda. Sin embargo, esta decisión implica un claro fracaso en la toma de decisión ya que una evaluación literal y cuantitativa de los posibles riesgos no tiene en consideración que lo esencial de la decisión es comprender que la propia supervivencia es mucho más importante que cualquier cálculo probabilístico de los riesgos derivados. Por baja que fuese la probabilidad de ocurrencia tendría que haber antepuesto la gravedad de las consecuencias de una decisión arriesgada.

Sin embargo, cuando se trata de la decisión de ponerse o no ponerse una vacuna entran en juego algunos aspectos que hacen que lo más racional no sea centrarnos sólo en la posibilidad de sufrir un trombo e incluso morir como efecto secundario de la vacuna. En este caso sí tiene sentido poner en funcionamiento el sistema de pensamiento analítico tipo 2 y tener en cuenta los aspectos literales o cuantitativos, ya que la no vacunación también conlleva la probabilidad de morir. Es decir, en este caso las dos opciones que se nos ofrecen pueden tener consecuencias con una alta carga emocional, por lo que no tiene ningún sentido hacer un análisis intuitivo o emocional de la situación, sino tomar una decisión racional basada en una comparación de probabilidades al margen del sesgo cognitivo que supondría tirar del perezoso sistema de pensamiento tipo 1. Yo lo tuve claro y me vacuné el pasado jueves.

sábado, 27 de febrero de 2021

LOA A LA IMPERFECCIÓN

Leo en “La vida en cuatro letras” cómo el prestigioso bioquímico aragonés Carlos López Otín hace uno de los mejores elogios de la imperfección. Una imperfección biológica que se observa en los errores que nuestras células cometen en su proceso de división y que son el origen de muchas enfermedades y mucha infelicidad. Por fortuna, muchos de esos errores o mutaciones producidos en la replicación del ADN son corregidos o eliminados por nuestra maquinaria biológica. Sin embargo, otros se mantienen, dando origen a la diversidad humana e impulsando la evolución de nuestra especie.

Si trasladamos esa idea al terreno del desarrollo personal, también podríamos considerar la imperfección como una característica profundamente humana que no debería ser incompatible con nuestro bienestar. Sin embargo, vivimos inmersos en una cultura tan obsesionada por corregir todos los defectos que nos lleva a huir de la imperfección. Y como la perfección es inalcanzable con frecuencia nos sentimos fracasados. Cuando ponemos todo nuestro empeño en una única meta que se nos muestra esquiva nos situamos en una posición de mucha fragilidad que favorece la comparación social y la envidia, y que nos acerca a la infelicidad.

La belleza de la imperfección está en las enormes posibilidades que tenemos de reparar y recomponer esos “errores”. Al igual que algunos genes corrigen las mutaciones y el daño que se deriva de ellas, una crisis personal con frecuencia no es sino el inicio de un crecimiento que permitirá la reparación de las heridas psicológicas. Algunas crisis son normativas y están vinculadas a etapas de la vida, como la adolescencia o la mediana edad, mientras que otras obedecen a experiencias vitales inesperadas. Aunque algunas son más necesarias y tolerables que otras, todas nos muestran la enorme resiliencia humana frente a la adversidad y el camino que conduce a la felicidad. El primer paso no es otro que la aceptación de la imperfección. El segundo la confianza en la reparación.

Relata López Otín una anécdota que tuvo lugar en la ceremonia de entrega de los premios Noble de 2016 que puede representar una excelente metáfora. Cuando ante tan excelente auditorio Patti Smith comenzó a cantar “A hard rain’s a-gonna fall”, la voz se le quebró por la responsabilidad y el estrés. Patti Smith paró, pidió perdón, y retomó magistralmente la interpretación.

 https://www.youtube.com/watch?v=941PHEJHCwU


martes, 24 de noviembre de 2020

LOS INGREDIENTES DE LA CREATIVIDAD

 


Amor y trabajo eran para Sigmund Freud los componentes fundamentales de la creatividad. Por amor podemos pensar que hacía referencia a la motivación hacia una determinada actividad. Una actividad que nos puede apasionar tanto que nos lleve a esforzarnos al máximo por conseguir logros y por superar los fracasos. Para Howard Gardner esa conexión emocional con algo tiene sus raíces en la infancia y sin ella resulta difícil entender una vida creativa.

Daniel Goleman utiliza la metáfora de un estofado para describir los ingredientes esenciales de la creatividad. El primero de ellos no es otro que la formación técnica en una actividad; una maestría o "expertise" que no es sino el fruto de muchos años de trabajo y práctica. Es cierto que algunas personas tienen un talento innato que les sitúa en una mejor posición de partida para adquirir esa maestría, pero incluso las personas más talentosas pueden fracasar sin el esfuerzo que requiere el desarrollo de ciertas habilidades.

Otro ingrediente, creo que fundamental, sería lo que Teresa Amabile agrupa bajo la etiqueta de habilidades de pensamiento creativo. Entre esas habilidades tenemos, el pensamiento divergente o capacidad para imaginar una amplia gama de posibilidades dándole la vuelta a las cosas y convirtiendo lo conocido en extraño. La tendencia a correr riesgos haciendo las cosas de otra manera sin temor al fracaso, la tolerancia a la ambigüedad o la apertura a la experiencia. Pero quizá sea Robert Stenberg quien ha realizado una aportación más interesante acerca de estas habilidades. Así, este profesor de psicología de la Universidad de Yale destaca tres competencias intelectuales: La habilidad sintética para ver los problemas de nuevas maneras y escapar a los límites del pensamiento o la producción convencional. La habilidad analítica para reconocer cuál de las ideas generadas tienen verdadero valor y conviene persistir en ella. Y, en tercer lugar, la habilidad práctica, que no es sino la capacidad para convencer a los demás y venderles tus ideas como algo valioso.

El último ingrediente no sería otro que esa pasión a la que Freud aludía, y que muchos psicólogos denominan motivación intrínseca, que no es sino el impulso de hacer algo por la mera satisfacción que proporciona la actividad, y no por la búsqueda de dinero, premios o aprobación. Tal vez, sea por eso por lo que redes sociales como Instagram, Facebook o Flickr tienden a matar la creatividad y promover mucha uniformidad, reproduciendo los clichés hasta el infinito.

Creo que aunque el primero y tercer ingredientes son requisitos imprescindibles de la creatividad –has de amar una actividad y dedicarle mucho tiempo- , suelen ser los aspectos algo más prosaicos, mientras que es el segundo ingrediente el que se nos aparece como más inaprensible y donde parece residir la esencia de la creatividad.

Texto y foto: Alfredo Oliva Delgado

martes, 6 de octubre de 2020

PSICOLOGÍA DE LAS TEORÍAS CONSPIRATIVAS EN TIEMPOS DE PANDEMIA



Las teorías de conspiración suelen florecer en tiempo difíciles, sobre todo cuando ocurren acontecimientos inesperados que amenazan nuestro estilo de vida y la seguridad de nuestra sociedad. Ocurrió tras el 11S o el 11M, después de la muerte de John Kennedy o con la inminencia del cambio climático. Era de esperar que ante una situación como la que estamos viviendo con la propagación del Covid-19, por todo el mundo emergieran nuevas teorías conspiranoides que han encontrado amplia difusión en las redes sociales. Y es que son creencias que con mucha frecuencia son usadas con motivaciones políticas en esos momentos de zozobra. El interés por las causas psicológicas de estas teorías no es nuevo y hay bastantes evidencias al respecto. Para los investigadores de la Universidad de Kent, Douglas, Sutton y Cichocka (2017), hay motivos tanto epistémicos, como existenciales o sociales.

Por una parte, se trata de creencias que tratan de dar algún tipo de explicación que reduzca la incertidumbre y el desconcierto que sentimos cuando la información disponible es compleja o contradictoria. Son teorías muy especulativas, relativamente simples y más fáciles de entender que las complejas causas reales. También son muy resistentes a la falsación, ya que los defensores de estas teorías conspirativas piensan que quienes intentan desacreditarlas forman parte de la conspiración. Por ello se muestran impermeables a toda información o evidencia científica que contradiga sus ideas. No es extraño que la investigación haya encontrado una mayor tendencia a sostener teorías conspirativas entre los sujetos que carecen de la capacidad o motivación para el pensamiento analítico, entre quienes tienen menor nivel educativo o entre personalidades con tendencias paranoicas que ven intencionalidades donde no existen.

Además, suelen ser explicaciones que pueden satisfacer la necesidad que tenemos de sentirnos seguros y ejercer cierto control sobre el contexto en que vivimos. Por ello, sus seguidores abrazan unas ideas que le ofrecen la oportunidad de rechazar las narrativas oficiales sintiendo que están en posesión de una explicación alternativa que les ofrece más seguridad. Así, algunos estudios han encontrado una mayor tendencia a sostener creencias conspirativas cuando las personas se sienten inseguras o desempoderadas. Incluso algunos experimentos han demostrado cómo estas creencias se acentúan cuando los sujetos sienten que tienen poco control sobre los resultados de sus acciones mientras que se reducen cuando este control se reafirma. Sin embargo, resulta paradójico que la evidencia empírica indique que el sostener teorías conspirativas no solo no satisface la necesidad de seguridad sino que a largo plazo merma el sentimiento de control y autonomía de estos individuos, aumentando su desempoderamiento. Concretamente, tienden a comprometerse menos con organizaciones sociales o evitan la participación en procesos sociopolíticos.

Algunos investigadores han sugerido que las teorías de la conspiración pueden fomentar la valorización positiva tanto del sujeto como de su grupo de pertenencia, al permitir que se culpe a otros del fracaso personal o colectivo. Algo que sirve para mantener una imagen favorable de uno mismo y del grupo. Por ello, podemos esperar que las teorías de conspiración sean particularmente atractivas para las personas que encuentran amenazada su imagen y la de su grupo.

Algunos estudios han encontrado relación entre las creencias conspiranoides y ciertos rasgos psicopatológicos como la excentricidad, la frialdad emocional, el narcisismo, la paranoia o la esquizotipia, pero no con algunos de los rasgos no patológicos de la personalidad, tales como la apertura a la experiencia o la amabilidad.

https://journals.sagepub.com/d…/pdf/10.1177/0963721417718261

sábado, 23 de mayo de 2020

CONFINAMIENTO, NUEVAS TECNOLOGÍAS Y EDUCACIÓN ONLINE, UNA RELACIÓN PELIGROSA



Estos meses de confinamiento están cambiando nuestra forma de relacionarnos con la realidad ya que del contacto cercano y directo estamos pasando a uno distante y virtual. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación se han convertido en una especie de prótesis que actúa como mediadora en las relaciones interpersonales. Tanto el mundo del trabajo como el de la educación han cambiado a una nueva fase virtual que probablemente nunca abandonaremos por completo.

Estos cambios van a requerir de las personas adultas que tiremos de todas nuestras competencias y recursos para adaptarnos a ellos. Más complicada puede ser la situación para los menores de edad, especialmente para los más pequeños que pueden ver como el contexto educativo tradicional pasa a ser sustituido por uno semivirtual. Una nueva situación que privará a niños y niñas de algunas experiencias de aprendizaje que son fundamentales para su desarrollo cognitivo y socio-emocional. Un desarrollo saludable requiere de relaciones interpersonales directas tanto con los iguales como con los educadores, algo que ya señaló en el año 2011 la Academía Americana de Pediatría: los años aprenden principalmente de la realidad no de las pantallas. La empatía, el control de las emociones y de las conductas inapropiadas, el desarrollo moral, la tolerancia a la frustración o el dominio psicomotor, son competencias que pueden verse mermadas con una reducción acusada de presencialidad en las aulas y en los espacios de ocio.

Sin duda, está aumentando de forma importante el tiempo que los menores pasan en contacto con pantallas. Ya disponíamos de suficiente evidencia que indica que el consumo excesivo de video y televisión durante la primera infancia tiene efectos negativos en el desarrollo del lenguaje y la inteligencia, pero sobre todo, en el de la atención. En todos los casos se observa un peor desarrollo en los niños y niñas que pasan más tiempo frente a la pantalla. No es extraño que esto ocurra, si tenemos en cuenta que durante la primera infancia tiene lugar un importante desarrollo del cerebro que necesita nutrirse de la estimulación ambiental. Y los niños no aprenden de la misma manera de la realidad que de lo que ven en la televisión. La realidad permite a los pequeños interactuar, manipular, apilar, empujar, oler, tocar, mientras que frente al televisor su actitud es mucho más pasiva. Los efectos negativos pueden deberse a las mismas características del medio, que emplea bruscos sonidos, rápidos cambios de plano y luces llamativas, en un intento eficaz de atraer la atención aún frágil de los pequeños. Algo que representa un exceso de estimulación para su cerebro inmaduro. Y la sobreestimulación puede ser tan poco recomendable como la falta de estimulación.

Hay que reconocer que no faltan quienes argumentan que la introducción de nuevas tecnologías desde temprana edad puede promover la competencia digital de los menores. Sin embargo, esta idea se basa más en creencias poco fundamentadas que en evidencias empíricas. Catherine L’Ecuyer expuso en “Educar en la realidad” algunas de estas creencias, que ella denomina neuromitos. Uno de ellos es la idea de que para educar en el uso responsable de las tecnologías es preciso introducirlas en la primera infancia, que es cuando el cerebro tiene mayor plasticidad. No hay datos que avalen esa afirmación, y resulta muy significativo que aquellos popes de Silicon Valley que más han contribuido al desarrollo de estas nuevas tecnologías retrasen en sus hijos su uso hasta la adolescencia. Y es que tiene poco sentido introducir esta tecnología en la vida de un niño que aún no tiene consolidadas sus funciones ejecutivas. Es precisamente esa plasticidad la que aconseja controlar el tipo de estimulación que reciben los menores.
Otro de los neuromitos es la falsa idea de que el niño tiene una inteligencia ilimitada, o que solo usa el 10 % de su cerebro. Y que para incrementar ese uso no hay nada mejor que la estimulación que proporcionan las nuevas tecnologías. Una creencia con nula base científica que se ha difundido entre profesorado y progenitores, y que ha sido usado por empresas de software y hardware “educativo” para vender sus productos. Métodos de estimulación que en algunos casos han sido considerados pseudocientíficos o fraudulentos por instituciones académicas.

Por ahora parece que la prudencia nos obliga a aceptar estas nuevas tecnologías como una herramienta necesaria para suplir online las carencias de la vida real, pero creo que es conveniente mantener una actitud crítica y cautelosa ante el posible mantenimiento de por vida de estas medidas. Nos estamos enganchando a ellas y cada vez será más difícil desengancharnos.

miércoles, 13 de mayo de 2020

¿FUE EL CONFINAMIENTO LA PEOR DECISIÓN POSIBLE? UNA APROXIMACIÓN DESDE LA PSICOLOGÍA DE LA TOMA DE DECISIONES.



La toma de decisiones es un asunto importante. Basta con echar la vista hacia atrás para que nos demos cuenta de cómo algunas de las decisiones que tomamos en su momento han marcado decisivamente nuestras vidas. Pero si son importantes cuando se trata de decisiones tomadas en el ámbito privado, su relevancia aumenta exponencialmente cuando son decisiones políticas que afectan a la vida de millones de personas. Tal vez por ello sea una de las temáticas a las que la psicología ha prestado una mayor atención.

Son muchas situaciones experimentales utilizadas en su estudio, algunas de ellas entran de lleno en el ámbito de la moral y no son ajenas a las motivaciones que nos llevan a tomar la decisión o al contexto que la condiciona. Uno de los dilemas más conocidos es el del tren, que se presenta con dos variantes:

a) Imagina que estás en un tren que avanza por una vía en la que hay cinco personas. Sabes que no hay manera de detenerlo y que va a atropellar y matar a esas cinco personas. La única alternativa que tienes es tomar el control del tren para desviar su trayectoria hay otra vía en la que solo hay una persona que sin duda morirá.
b) Estás en un puente desde donde ves es
e tren avanzando sin freno hacia las cinco personas que están en la vía y que serán atropelladas. Sin embargo, tienes la opción de empujar hacia la vía a una persona que se encuentra sentada en la baranda del puente. Si lo haces el tren matará a esa persona pero frenará y evitarás la muerte de cinco seres humanos.
¿Qué harías en ambas situaciones?

Pues bien, la mayoría de estudios llevados a cabo en diferentes países indican que en la situación primera casi todas las personas optan por desviar el tren, aun a costa de que una persona muera. Sin embargo, en la situación b casi todo el mundo opta por no empujar, aunque esa falta de acción implique la muerte de cinco personas. Y esto ocurre incluso cuando la decisión sea tomada en el más completo anonimato, sin que nadie nos observe ni conozca nuestra acción.

Es curioso porque si miramos las dos situaciones desde un punto de vista utilitario y atendiendo a las consecuencias las dos acciones tienen la misma intencionalidad y la misma consecuencia, la de salvar a cinco vidas humanas, aun condenando a una. Sin embargo, en el segundo caso actúa una consideración de carácter moral o deontológico que nos impide realizar la acción y que supone la decisión emocional de no empujar a una persona: hay ciertas cosas que no se hacen. Es decir, en la segunda situación estamos ante dos decisiones posibles, una emocional y basada en la empatía que supondría la muerte de cinco personas. Y otra racional o utilitarista que conllevaría salvar la vida de cuatro.

Situándonos en el ámbito político, cabe pensar que deberíamos exigir a nuestros gobernantes que tomasen sus decisiones en base a maximizar el bien común y el bienestar colectivo, dejando de lado ciertas consideraciones emocionales y empáticas. Como hizo Churchill cuando decidió no impedir el bombardeo de Londres, que conllevó miles de muertes, para no revelar a los nazis que había descubierto el código secreto que utilizaban en sus comunicaciones. Lo que a la larga contribuyó de forma decisiva al triunfo aliado y a salvar muchas vidas. Sin embargo, decisiones de ese tipo suelen generar un gran rechazo social por parte de una población guiada por consideraciones emocionales e inmediatas más que por decisiones racionales.

Si tratamos de sacar alguna enseñanza a partir de estos estudios para entender mejor las decisiones políticas que se tomaron al inicio de la pandemia, podemos empezar a sospechar que probablemente las decisiones no fueron muy acertadas ya que no se tomaron con una motivación utilitarista sino emocional. Recordaremos que en esos primeros momentos hubo dos tipos de posicionamientos por parte de los expertos, quienes apoyaron el confinamiento total de la población frente a los que consideraron que lo más sensato era no tomar medidas tan drásticas, sino optar por medidas menos severas que permitieran retrasar los contagios pero sin hundir la economía y alcanzar pronto la inmunidad de rebaño. Países con una amplia experiencia investigadora y con sistemas de salud muy sólidos como Reino Unido apostaron en un primer momento por la inmunidad de rebaño. Sin embargo, en la medida en que los hospitales se fueron llenando, las muertes fueron aumentando, y con los medios de comunicación contribuyendo de forma decisiva a magnificar el fenómeno, pocos gobernantes fueron capaces de resistir la presión de la opinión pública, más partidaria de medidas emocionales que utilitarias, y terminaron confinando a sus poblaciones. Sin dada estos políticos no tomaron decisiones ignorando la influencia que estas podrían tener a nivel electoral.

Como si hubiese algún factor más decisivo e influyente sobre la salud que la economía, se creó un falso dilema entre salud y economía, y aquellos expertos que se atrevieron a opinar en contra del confinamiento fueron tachados de insensibles e inhumanos. Ello supuso que esas opiniones, que en muchos casos siguieron manteniéndose en privado, desapareciesen por completo de los medios de comunicación.

Ahora estamos empezando a ver las consecuencias de esas decisiones políticas. A pesar de que como estamos viendo la letalidad del virus es muy baja y, salvo excepciones, suele afectar solo a personas ancianas o con patologías, es muy probable que la decisión de no confinar hubiese conllevado un elevado número de muertes a corto plazo, sobre todo en las semanas en las que algunos hospitales estuvieron saturados. Pero si tuviésemos que poner sobre la balanza las consecuencias para la salud y el bienestar común de la decisión emocional-empática que se tomó frente a la racional-utilitarista, me temo que a medio y largo plazo vamos a empezar a preguntarnos si el confinamiento fue la mejor decisión posible. Me temo que fue la peor.


jueves, 7 de mayo de 2020

ADOLESCENTES, RIESGO E IRRESPONSABILIDAD TRAS EL CONFINAMIENTO.



Se aligeró el confinamiento y quedó claro que teníamos unas ansias tremendas por pasear y respirar aire puro. Las tardes se han convertido en unas romerías multicolor que nos transmiten optimismo y ganas de vivir, pero que también nos muestran cierta irresponsabilidad en los comportamientos ciudadanos. Especialmente en nuestros chicos y chicas adolescentes que pasean en grupos, sin mascarillas, hablando a voces y con una cercanía preocupante.
Ante la tentación de la estigmatización, tal vez convenga tratar de entender las razones de esas conductas que tanto riesgo acarrean, y que hacen que este grupo de edad sea más vulnerable y más tendente a asumir esos riesgos.

Podríamos pensar que esa irresponsabilidad obedece fundamentalmente a que saben que por su juventud se ven escasamente afectados por el coronavirus. Sin embargo, si atendemos a otros indicadores se salud veremos que los adolescentes suelen implicarse en mayor medida que los adultos en casi todos los comportamientos de riesgo. Y eso a unas edades en las que los años que arriesgan en ese juego de la ruleta rusa que es la vida son muchos más que los que apostamos quienes tenemos ya cierta edad, y menos años que perder.

Las causas de esa aparente paradoja tenemos que buscarlas en las características del desarrollo neuropsicológico durante la adolescencia. Por una parte, sabemos que en esos años la corteza prefrontal, que desempeña un papel fundamental en la evaluación de los riesgos y el control de impulsos, se encuentra aún inmadura y en proceso de desarrollo. A ello se une la hiperexcitación del sistema cerebral mesolímbico de recompensa debido a los cambios hormonales puberales y la mayor sensibilidad cerebral a la dopamina, un neurotransmisor responsable de las sensaciones placenteras. Es decir, esos jóvenes son como vehículos con un motor poderoso y excitado y un sistema de frenado que aún se encuentra inmaduro e incapaz de controlar y dirigir la potencia de ese motor. Ello hace que las recompensas tengan un enorme poder de atracción para chicos y chicas. Y pocas cosas tienen más atractivo para esos jóvenes que las relaciones sociales con sus iguales, sobre todo después de unas semanas de reclusión obligada con sus progenitores. 

Además, resulta que el cerebro adolescente también muestra una gran sensibilidad ante la oxitocina, otra hormona y neurotransmisor que es responsable de la formación de vínculos y que hace que las relaciones sociales sean más gratificantes. Es bien conocida la preferencia que los adolescentes tienen por mantener relaciones con sus coetáneos, lo que resulta más novedoso es el papel que la sensibilidad a la oxitocina desempeña en esta atracción. Chicos y chicas disfrutan a lo grande cuando están con sus amigos y amigas, y prefieren estas relaciones a otras con sujetos de más edad. De alguna manera, está pasión por los iguales es la expresión en el ámbito social de la atracción que los jóvenes sienten por la novedad, puesto que sus coetáneos les resultan más novedosos que el conocido ambiente familiar.

Durante estos años se vivirán con gran dolor las situaciones de aislamiento del grupo. De hecho, algunos estudios con resonancias magnéticas han revelado que la respuesta del cerebro ante la exclusión del grupo de iguales es similar a la que se observa en situaciones de amenaza o de falta de alimento. Ello explica el tremendo sufrimiento que experimenta un chico que ha sido traicionado por sus amigos o que no ha sido invitado a una fiesta. En un estudio que llevamos a cabo en nuestro grupo de investigación hemos encontrado que la baja vinculación con el grupo de iguales es uno de los predictores más potentes de los trastornos emocionales en chicos y chicas adolescentes.
Finalmente, hay que resaltar un último detalle que no está exento de importancia: se trata de las estrechas relaciones existentes entre el sistema cerebral de placer-recompensa y el socio-emocional. Ello justifica que se produzca una sinergia entre ambos sistemas, sobrexcitables e hipersensibilizados durante la adolescencia, y que chicos y chicas muestren un comportamiento especialmente arriesgado cuando están con el grupo. Resulta evidente que hacen muchas más tonterías y arriesgan bastante más si están con sus amigos que si están solos. 

En resumen, creo que el conocimiento de las causas de un comportamiento influye claramente en nuestras actitudes ante él. Espero que cuando esta tarde observemos a ese grupo de chicos y chicas paseando, charlando y asumiendo ciertas conductas irresponsables, a pesar del riesgo que conllevan, seamos algo más comprensivos: ellos aún no tienen nuestra madurez cerebral. Pongámonos en su lugar.
Alfredo Oliva Delgado

martes, 21 de abril de 2020

EL CONFINAMIENTO Y LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO DE LA VIDA.



Es curioso como Noah Harari, ese historiador y buen divulgador, no encuentra un jardín en el que no le apetezca meterse, asumiendo los riesgos que ello conlleva. Leo en su best-seller “Sapiens” algunas reflexiones acerca de la felicidad y el significado de la vida que me recuerdan los trabajos de Antonovsky y Viktor Frank, y que me llevan a pensar en la utilidad de las propuestas de estos dos autores para el análisis de estos momentos de interminable confinamiento.

Antonovsky, fue un médico y sociólogo israelí, interesado por la influencia del estrés sobre la salud, que se encontraba realizando un estudio sobre los efectos de la menopausia en un grupo de mujeres, muchas de ellas supervivientes de los campos de concentración nazis. Antonovsky encontró que la mayoría de estas mujeres, que habían sufrido experiencias muy estresantes, mostraba más síntomas de enfermedad y desajuste que las mujeres del grupo control. No obstante, había un pequeño grupo que, a pesar de haber vivido el drama de los campos de concentración, mostraba una buena salud física y mental. Ello le llevó a interesarse por los factores que facilitaron esta adaptación saludable. Antonovsky denominó a estos factores recursos generales de resistencia, que son elementos de tipo biológico, material o psicosocial que ayudan a las personas a afrontar con éxito las circunstancias y estresores de sus vidas. Estos recursos favorecen que el sujeto desarrolle una visión general del mundo en que vive como un contexto compresible, manejable y significativo, algo que denominó Sentido de Coherencia y que encontró asociado a mejores indicadores de salud y bienestar. La comprensibilidad es la capacidad para establecer conexiones lógicas y ordenadas en lo que sucede en el ambiente y en creer que la vida es predecible, lo que permite a las personas desarrollar una actitud flexible y conductas adaptativas ante los cambios en el entorno. La manejabilidad es la sensación de que tenemos las competencias necesarias para afrontar las situaciones y retos vitales que se nos presentan. Por último, la significatividad alude al valor que el sujeto otorga a lo que le pasa, a la experiencia de que la vida vale la pena y tiene un significado o un propósito, a pesar de sus dificultades.

Este último aspecto es muy parecido al sentido de la vida sobre el que Viktor Frankl escribió en “El hombre en busca de sentido”. Frankl fue un psiquiatra austriaco que sobrevivió a los horrores de Auschwitz y Dachau y a la pérdida de todos sus familiares. Esa terrible experiencia le sirvió para entender que hay personas que se mantienen firmes y positivas aún en las situaciones más terribles. Lo que según Frankl caracteriza a estas personas es la capacidad para encontrar en esas situaciones un propósito o un sentido a la vida y al sufrimiento que pueden estar experimentando. Aunque en muchas ocasiones no podremos cambiar las circunstancias que originan ese sufrimiento, sí podemos cambiar nuestra actitud ante esas circunstancias. Cada día nos ofrece la oportunidad de tomar decisiones que determinan si nos dejamos llevar por las circunstancias y el destino o si actuamos con dignidad. Cuando encontramos un propósito o sentido al sufrimiento, no sólo lo soportaremos mejor sino que, además, lo convertiremos en un reto personal.

Parece razonable pensar que estos momentos de pandemia no son los más favorables para que veamos nuestras vidas como compresibles, predecibles y manejables, y que algunas de las certezas que nos guiaron hasta aquí empiecen a tambalearse. La incertidumbre y el miedo ante las consecuencias que esta crisis tendrá en nuestras vidas están empezando a generar un aumento de la sintomatología física y psíquica. Pero quizá sea la pérdida de sentido lo que más puede dañar nuestro ánimo y nuestra salud, no solo como personas sino también como sociedad. Creo que este puede ser un buen momento para reflexionar y encontrar un sentido a la crisis que estamos viviendo y al sufrimiento que aún nos espera. El sentido de que servirá para introducir algunos cambios en nuestras actitudes y comportamientos y que nos ayudará a crecer como personas. Si, como es muy probable, la sociedad fracasa, no es capaz de encontrar sentido a este sufrimiento y vuelve al punto de partida como si nada hubiese sucedido, que al menos cada uno de nosotros sí haya hecho un esfuerzo por encontrarlo.

domingo, 12 de abril de 2020

ADOLESCENTES EN CONFINAMIENTO




Tengo la impresión de que chicas y chicas adolescentes son los grandes olvidados de esta situación de encierro involuntario. Reciben mucha atención las personas mayores, nos preocupamos por niños y niñas, o por quienes trabajan en sectores esenciales como la sanidad, las fuerzas de seguridad o quienes nos atienden en los supermercados. Sin embargo, parece que cuando la infancia pasa la frontera de la pubertad se disuelve entre la población sin generar grandes preocupaciones y les prestamos escasa atención. Sin embargo, la adolescencia es una etapa con peculiaridades y vulnerabilidades que pueden hacer que quienes transitan por ella vivan el confinamiento de forma diferente.

Es muy probable que les cueste más trabajo entender y respetar las razones del confinamiento, ya que están cansados de oír que el coronavirus no suele afectar a las personas jóvenes. Pero más allá de esa realidad, chicos y chicas podrían ser más propensos a asumir algunos riesgos, como salir a pasear o visitar a algunas amistades, rompiendo el aislamiento porque priorizan la recompensa inmediata por encima de las consecuencias negativas que podrían derivarse de su comportamiento a medio plazo. Cosas del desarrollo cerebral durante esa edad en la que, a pesar de que perciben bien los riesgos, la urgencia de lo inmediato se sitúa por delante de un futuro incierto e improbable, lo que les lleva a proceder con escasa cautela. El psicólogo David Elkind utilizó el término de “fábula personal” para referirse a esa sensación de falsa invulnerabilidad que todos hemos tenido cuando fuimos adolescentes, y que nos llevaba a pensar que nuestra vida se regía por leyes diferentes a las de las demás personas, y que a nosotros no nos afectarían las consecuencias o problemas derivados de nuestros actos. Eso solo les ocurría a otros. Una fábula personal que, afortunadamente, no desaparece por completo en la adultez y que nos protege ante miedos e incertidumbres, otorgándonos una ingenua pero tranquilizadora seguridad.

Por otra parte, aunque todos tenemos la necesidad de relacionarnos socialmente, para los adolescentes la vida es inimaginable sin su grupo de iguales, sin poder compartir con ellos su tiempo, sus pensamientos y sus preocupaciones. Por fortuna, las redes sociales les permiten huir de este aislamiento asfixiante, y aunque hay que ser comprensivos con el tiempo que le dedican durante este periodo excepcional, también hay que procurar que la dedicación a las redes no se convierta en una actividad exclusiva. Hay que tener en cuenta que el mismo desarrollo cerebral que les lleva a asumir riesgos les sitúa en una situación de mayor vulnerabilidad a las adicciones. Por ello, debe haber vida más allá de Instagram o wassap.

Otro elemento a tener en cuenta es que con la llegada de la adolescencia suelen aumentar las discusiones parento-filiales, de manera que incluso en las familias en las que la armonía entre padres e hijos era la norma pueden aparecer conflictos frecuentes. Estos conflictos son normales y pueden tener un efecto positivo al actuar como un catalizador que precipita el cambio que deben experimentar las relaciones entre padres e hijos para adaptarse a las nuevas necesidades que surgen con la llegada de la pubertad. Sin embargo, con tanto tiempo de convivencia madres y padres van a necesitar dosis adicionales de paciencia para sobrellevar esta situación. Tener cintura y flexibilidad, evitar el sermón y la crítica continuos, y procurar no solo respetar sino fomentar la autonomía del adolescente, puede ser una buena receta. Estos son buenos momentos para recuperar el tiempo en familia, para conocer mejor a ese chico o chica que se fue distanciando de vosotros sin que os dierais cuenta o para hablar con él o ella de los muchos temas que preocupan a esas edades.

También es un buen momento, ahora que tienen más tiempo, para que acentúen su colaboración en todas esas tareas domésticas que también suponen un importante aprendizaje para la vida.

Fotografía: Rineke Dijkstra

jueves, 9 de marzo de 2017

Desarrollo positivo adolescente y consumo de tabaco

En los últimos años ha surgido un nuevo modelo centrado en el desarrollo positivo y en la competencia de los adolescentes. De acuerdo con este enfoque, una adolescencia saludable y ajustada y una adecuada transición a la adultez requieren de algo más que la evitación de algunos comportamientos como la violencia, el consumo de drogas o las prácticas sexuales de riesgo. Así, el modelo adopta una perspectiva centrada en el bienestar, pone un énfasis especial en la existencia de condiciones saludables y expande el concepto de salud para incluir las habilidades, conductas y competencias necesarias para tener éxito en la vida social, académica y profesional. Este enfoque emplea un nuevo vocabulario, con conceptos como desarrollo adolescente positivo, bienestar psicológico, participación cívica, florecimiento, iniciativa personal o recursos o activos para el desarrollo. Estos conceptos comparten la idea de que todo adolescente tiene el potencial para un desarrollo exitoso y saludable.

Este marco ha dado pie al diseño e implementación de innumerables programas de desarrollo positivo que han demostrado su eficacia en la promoción de distintas habilidades y competencias: autoestima, empatía, habilidades sociales, toma de decisiones, etc. Sin embargo, y a pesar de su interés y utilidad, estos programas no son la panacea que resuelva todos los problemas relacionados con la salud y el ajuste de los adolescentes, como el consumo de tabaco.

El consumo de tabaco está determinado por múltiples factores, entre los que hay que destacar su disponibilidad y facilidades para el consumo, y la publicidad agresiva que las compañías tabaqueras llevan a cabo. Por lo tanto, estos deben ser dos factores fundamentales que deben ser atajados si queremos reducir la prevalencia del tabaquismo entre los jóvenes.

Sin embargo, las compañías tabaqueras, que no parecen estar dispuestas a perder cuota de mercado, han llevado a cabo durante la última década una oscura campaña para distraer la atención lejos de las estrategias preventivas que son realmente eficaces. Así, dos importantes multinacionales, la Philip Morris y Brown & Williamson han estado financiando en EEUU desde 1999 el programa Life Skills Training Program, que supuestamente reduce el consumo de tabaco entre los escolares. Se trata de un programa escolar que fue desarrollado inicialmente para prevenir el consumo de tabaco, pero que más adelante se consideró útil para prevenir el consumo de otras sustancias. Se basa en un modelo interaccionista sujeto-contexto que concede mucha importancia a múltiples factores de riesgo y que trabaja en el aula aspectos como la autoestima, el control de la ansiedad o la resistencia a la presión del grupo de iguales.



Los resultados de distintas evaluaciones revelaron la ineficacia del programa en la reducción del consumo de tabaco –incluso parecía incrementarlo-, a pesar ello, las compañías ocultaron y maquillaron los resultados negativos y siguieron financiando el programa incluso ampliando su implantación a nuevos estados (Véase Mandel, Bialous y Glantz, 2006). Estos datos se conocieron cuando en Octubre de 2005 se permitió el acceso online a los documentos internos de la industria tabaquera estadounidense, quedando al descubierto la estrategia utilizada por Philip Morris y Brown & Williamson.
Estas compañías han estado promoviendo programas de entrenamiento en habilidades para la vida como una forma de prevenir el consumo de tabaco entre jóvenes y adolescentes a pesar de conocer sus efectos negativos. De esta forma pretendían lavar su imagen ante la sociedad, puesto que invertían fondos propios para prevenir el tabaquismo. Además, conseguían dejar en segundo plano otras estrategias más eficaces, como aquellas consistentes en dificultar el acceso al consumo, limitar la publicidad, o poner al descubierto las agresivas campañas puestas en marcha por las compañías tabaqueras. Incluso, han intentado desviar a la financiación de un programa totalmente ineficaz los fondos que algunos estados o asociaciones invierten en demandas a la industria tabaquera. En definitiva, una jugada maestra. Afortunadamente su estrategia canalla ha quedado al descubierto.

Mandel, S.A. Bialous and S.A. Glantz (2006), Avoiding “truth”: Tobacco industry promotion of life skills training, J Adolesc Health 39, 868-879.

martes, 28 de febrero de 2017

Las fases del proceso creativo


El camino que lleva a la creación artística (o científica) es uno más de los procesos que lleva a cabo la mente humana, lo que no impide que suela estar envuelto en un halo de misterio, incluso llegándosele a atribuir una origen divino. Y aunque aún es mucho lo que desconocemos al respecto, también hay bastantes cosas que sabemos.

A pesar de haber pasado mucho tiempo desde que Graham Wallas lo propuso en 1926, su modelo de las cuatro fases del proceso creativo sigue siendo el más aceptado. Como suele ocurrir en la creación, el modelo de Wallas no surgió de la nada sino que partió de las propuestas previas de autores como el físico Ludwig Ferdinand von Helmholtz (1821-1894), quien en un discurso pronunciado con motivo de su 70 cumpleaños declaró lo siguiente:

“Tras previas investigaciones del problema en todas direcciones, las ideas felices me surgieron de forma inesperada sin esfuerzo, como una inspiración. Por lo que a mí respecta, nunca han surgido cuando mi mente estaba fatigada, o cuando yo estaba en mi mesa de trabajo. Por el contrario, vinieron a mí durante el suave ascenso a una colina arbolada en un día soleado”.
En ese discurso se encuentra el embrión del modelo de Wallas, al que incorporó otras propuestas, como las de matemático Poincaré. Su modelo propone cuatro fases:

Preparación. Es una fase de trabajo y esfuerzo en la que recogemos información sobre el problema a resolver o la tarea a realizar. Esta fase es consciente y voluntaria, y puede incluirse en ella todo el estudio o proceso formativo previo del artista o investigador. En ella hunde sus raíces la creatividad posterior, ya que sin ella sería imposible producir resultados originales.

Incubación. Para Wallas la incubación es un periodo en el que no se piensa de forma voluntaria o consciente en el problema o tarea, y en el que tienen lugar una serie de sucesos preconscientes. Podría decirse que durante esta fase el cerebro sigue trabajando aunque no seamos conscientes de ello. Para Wallas, la incubación puede tener lugar tanto a través de la relajación mental, mientras paseamos como von Helmholtz, o mientras trabajamos en otro tipo de tareas. Es decir, se trata de olvidarnos del problema a resolver para permitir que nuestra mente se ocupe de él a su manera.

Iluminación. En esta fase empiezan a emerger las ideas que nos acercan a la solución. Se trata de una especie de flash o click instantáneo en que surge una idea original de forma inesperada. Algunos autores la han denominado la experiencia ¡Eureka! Sería el resultado de las fases anteriores, y llevaría directamente a la solución creativa.

Verificación. Aunque podríamos pensar que el proceso creativo termina con ese emocionante momento que supone el flash de la iluminación, la cosa no se acaba ahí. Para que la creatividad dé sus frutos hay que ponerse de nuevo manos a la obra y utilizar nuestras habilidades de pensamiento analítico para dar forma final a esa idea de manera que pueda ser transmitida a una hipotética audiencia. Y es que algunas de las ideas creativas se pueden perder fácilmente porque no están empaquetadas de forma correcta o consumible.

Si pensamos en la elaboración de un proyecto fotográfico o artístico, podemos sacar algunas enseñanzas útiles de la propuesta de Wallas. La primera es que el esfuerzo intelectual resulta imprescindible, tanto en su fase inicial como en su fase final. No va a llegarnos del cielo una idea genial si no hemos trabajado antes en la preparación del proyecto. La formación previa, la documentación e investigación sobre una temática y el trabajo concienzudo en el proyecto resultan ineludibles. La segunda es que tras esa fase inicial resulta recomendable cierta desconexión mental. Dejar dormir el proyecto puede dar tiempo y libertad a nuestro cerebro para que siga haciendo su trabajo callado y así añada ese intangible al esfuerzo intelectual ya realizado para salir de caminos ya trillados y producir algo novedoso. La tercera, es que si la luz se encendió en nuestro cerebro habrá que trabajar de nuevo en esa idea original para convertirla en un proyecto interesante. A pesar de ello no siempre brotará esa obra original y novedosa, pero al menos lo habremos intentado con todos nuestros recursos.

sábado, 25 de febrero de 2017

EL PROPOSITO EN LA VIDA COMO ANTIDOTO ANTE LA SOLEDAD Y LA ENFERMEDAD


La genómica social es una interesante área científica que estudia cómo factores psicológicos y sociales, tales como el estrés o la soledad,  influyen en la expresión genética. Y es que pensar que la información contenida en el ADN  es independiente del contexto social del individuo resulta difícil de sostener. Eso es al menos lo que indica el estudio llevado a cabo por John Cacioppo en la Universidad de Chicago, quien siguió a lo largo de 10 años a una muestra de 200 sujetos que vivían en soledad. El análisis de unos 20.000 genes de estos sujetos encontró que, en comparación con un grupo control de personas que mostraban un alto apoyo social y una fuerte vinculación con su comunidad, estos sujetos solitarios mostraron una alta actividad en dos grupos de genes. El primer grupo incluía genes relacionados con procesos inflamatorios, algo realmente interesante si tenemos en cuenta que la misma genómica social ha demostrado que estos procesos se hallan implicados en algunas enfermedades crónicas tales como el cáncer o las enfermedades neurodegenerativas. En el segundo grupo se encontraban genes con un importante papel en la defensa frente a infecciones víricas o patógenos intracelulares y en la producción de ciertos tipos de anticuerpos. Estos genes mostraron una menor actividad en el grupo de personas solitarias. Por lo tanto, el estudio del profesor Cacioppo puso de manifiesto los mecanismos moleculares a través de los que la experiencia de soledad puede llevar a ciertas enfermedades y a un acortamiento de la vida.

Sin embargo, conviene hacer algunas matizaciones sobre esta relación encontrada entre soledad y enfermedad. La primera es que lo realmente importante es el sentimiento subjetivo de soledad, más que la situación objetiva del sujeto. Así, una persona puede sentirse aislada o desconectada aunque se encuentre rodeada de personas. Y por supuesto debe tratarse de un sentimiento de soledad o aislamiento sostenido en el tiempo,  no de una experiencia temporal. La segunda matización me parece realmente interesante, ya que no todos los sujetos muestran la misma vulnerabilidad ante situaciones sociales difíciles como la soledad o la pobreza.  Y ahí es donde los estudios llevados a cabo en la UCLA  University por Steve Cole aportan unos datos realmente significativos. Por un lado, la práctica de actividades contemplativas como la meditación, el Tai Chi o el yoga mostraron unos efectos protectores significativos aunque modestos. Y aunque no se puede decir que estas actividades inmunicen ante la adversidad a quienes las practican sí disminuyeron sus consecuencias negativas sobre la salud. Por otro lado, y esto parece realmente interesante, aquellos personas que a pesar de llevar una vida de soledad o desconexión muestran un propósito en la vida porque sienten que persiguen algún objetivo noble o valioso, que piensan que están contribuyendo a la mejora y el progreso de la sociedad, ayudando a la comunidad con su esfuerzo o son productivos a nivel artístico o cultural, presentan unos perfiles más favorables de expresión genética y  unos mejores indicadores de salud. Por lo tanto, parece que tener un sólido sentimiento de propósito en la vida representa un importante factor de protección ante algunas situaciones de adversidad.

Merece la pena recordar que William Damon, profesor de psicología en la Universidad de Stanford, había considerado al propósito en la vida como el principal indicador de desarrollo positivo en la adolescencia, que ayudaría a chicos y chicas a conseguir una mejor adaptación a aspectos de la vida que pueden ser amenazantes y generadores de estrés. De hecho los adolescentes que muestran un claro propósito vital suelen mostrar mejores estrategias para afrontar estas situaciones estresantes  y  presentan una mejor cohesión y ajuste psicológicos. Y aunque el propósito en la vida no se limita a la adolescencia, esta es una etapa en la que adquiere un significado especial, y en la que se asientan las bases para su posterior desarrollo y mantenimiento en la adultez. Teniendo en cuenta los efectos a corto y largo plazo, tanto sobre el bienestar como sobre la salud,  el propósito en la vida debería ser una de las competencias principales que deberían promoverse entre la juventud. 

martes, 17 de enero de 2017

Padres y madres promueven el autocontrol de sus hijos e hijas



Probablemente no haya ninguna otra competencia personal que  tenga mayor impacto en nuestras vidas que el autocontrol, es decir, que la capacidad para controlar nuestros pensamientos, emociones y comportamientos. Sobre esa base auto-reguladora se van a construir muchos de los rasgos y competencias que nos definen como personas  y que influirán poderosamente en nuestros éxitos y en nuestros fracasos. Más incluso que la inteligencia. Al menos eso indican algunos estudios que encuentran que la motivación y el autocontrol son mejores predictores del éxito escolar que la inteligencia. Y no hay razones para pensar que las cosas van a ser diferentes durante la vida adulta. El autocontrol va a impedir que caigamos en distracciones y tentaciones, o que desarrollemos adicciones, y  va a facilitar que mantengamos la atención y el esfuerzo a la hora de conseguir  nuestros objetivos a medio o largo plazo, demorando las gratificaciones inmediatas.

Aunque el autocontrol, al igual que otros rasgos psicológicos, es en parte heredable, la influencia que recibe de los genes es menor que la que reciben otros rasgos como la inteligencia, lo que deja mucho campo para que pueda ser fomentado y educado. Y la buena noticia es que madres y padres pueden hacer mucho para promover el autocontrol en sus hijos.  Un control que primero será externo, durante los años de la infancia, y que poco a poco se irá interiorizando hasta que dos décadas después el bebé dependiente e inmaduro se convierta en una persona adulta capaz de autorregularse sin ninguna ayuda externa. Para que este proceso se desarrolle con normalidad será necesario que el niño o niña disponga de tres condiciones: 1) seguridad emocional para hacer este desplazamiento desde el control externo a la autorregulación,  2) competencias o habilidades que le permitan saber cómo actuar de forma independiente y 3) confianza en sí mismo para afrontar retos y asumir responsabilidades.

Y tres son también las características que muestran aquellos padres y madres que promueven el autocontrol de sus hijos. En primer lugar, muestran  afecto y apoyo, y responden a las necesidades emocionales de sus hijos. Cuando los niños se sienten queridos, desarrollan el sentimiento de que el mundo es un lugar tranquilo y seguro que pueden explorar sin miedos. En cambio, si los padres se muestran fríos y distantes esa seguridad no va a llegar. Y la seguridad en uno mismo es esencial para la autorregulación. En segundo lugar, se muestran firmes y consistentes poniendo límites a la conducta de sus hijos. Se trata de padres y madres que establecen reglas, que las exponen y justifican ante sus hijos, y que exigen su cumplimiento. Estas reglas y límites serán interiorizadas a lo largo de la infancia, por lo que deberán ir desapareciendo durante la adolescencia para dar pasa a la autorregulación. Estos límites ayudan al niño o niña a sentirse seguro. Cuando esa estructura o control externo falta, el control interno no se desarrollará de forma adecuada. En tercer lugar, se trata de madres y padres que apoyan y estimulan  la autonomía de sus hijos Padres que les animan a que tomen sus decisiones y que hagan cosas por sí mismos, sin miedo a equivocarse o fracasar. Y ello lo hacen de forma gradual y usando una especie de andamiaje que van retirando poco a poco. Por ejemplo, cuando permiten que su hijo o hija permanezca por primera vez sólo en casa durante un corto periodo de tiempo mientras visitan a algún vecino.  Ello permitirá que practique y desarrolle la regulación de sus emociones, permaneciendo tranquilo; de sus pensamientos, no preocupándose de forma ansiosa y obsesiva acerca de su regreso; y de su comportamiento, evitando hacer algo que tampoco haría si sus padres estuviesen en casa.

Por lo tanto, si el autocontrol es un fuerte predictor del ajuste y éxito en la vida, y si es mucho lo que padres y madres pueden hacer de cara a su promoción, es evidente que tenemos una responsabilidad que no podemos eludir. No podemos estar echando balones fuera culpando exclusivamente a los genes o a las malas influencias de los iguales algunos de los comportamientos y actitudes que observamos en nuestros hijos.