domingo, 23 de diciembre de 2007

Sexo oral

El instituto Opina acaba de hacer pública una encuesta sobre la sexualidad de las españolas que aporta algunos datos curiosos. A continuación incluyo un extracto del resumen aparecido en la edición digital de El País:

"Las españolas se confiesan “notablemente satisfechas” con sus relaciones sexuales. La mayoría se inician en el sexo a los 20 años, tienen pareja y practican el sexo de dos a tres veces por semana. Afirman fingir pocos orgasmos y recibir menos sexo oral del que dan.
Otros datos interesantes son que el 16% de las españolas no practican sexo nunca, un 34,1% han fingido alguna vez un orgasmo y el 95% no incluyen el sexo por Internet entre sus prácticas sexuales. Además, el 53% no se masturban nunca, lo practican más las casadas que las solteras, y las canarias y las vascas más que el conjunto".




No tenemos nada que objetar al hecho de que se confiesen notablemente satisfechas, ni a que reciban menos sexo oral del que dan, a pesar de que podría deducirse una relativa contradicción de las dos afirmaciones anteriores. Sin embargo, otros datos parecen más sospechosos, por ejemplo, la iniciación sexual a los 20 años, algo más tarde de lo que indican la mayoría de estudios realizados en nuestro país. O el elevado porcentaje de españolas (95%) que no parecen sentir una especial tendencia por el uso sexual de Internet. Y lo que realmente resulta más sorprendente: ¡el 53% de encuestadas no se masturba nunca! Ojo, dicen NUNCA. No dicen que lo hagan muy raramente, o de tarde en tarde, o de higo a breva. Expresan claramente que eso no va con ellas.
De todos los datos que aparecen en el estudio este es quizá el que me resulta más increíble. En algunos estudios realizados con adolescentes, hemos encontrado porcentajes cercanos al 40% de chicas que se dicen abstenerse de tal práctica. Pero ese porcentaje era mayor entre las chicas de menor edad, y se iba reduciendo al final de la adolescencia, especialmente entre las que tenían pareja. Los datos del Instituto Opina parecen indicar una tendencia similar, ya que la masturbación aparece como una práctica más frecuente entre las casadas.
Por lo tanto, cabría esperar que entre las participantes en el estudio de Opina el porcentaje de abstinentes de autoerotismo fuese claramente inferior al 40%. ¿Cómo explicar esos datos sorprendentes?. Si seguimos leyendo la noticia encontraremos la respuesta:

Estos son algunos de los datos de la mayor encuesta nacional presentada hasta ahora sobre los hábitos sexuales de las españolas, realizada por el instituto Opina para la cadena de televisión Cuatro, a través de un sondeo telefónico elaborado sobre una muestra de 2.250 individuos y más de 80.000 contactos previos”

O sea que se trata de una encuesta o entrevista telefónica, en la que, aunque no hay contacto cara a cara, el entrevistador/a pregunta a la entrevistada, ¿cuántas veces lo hace usted a la semana? o ¿se masturba usted mucho? ¿lo hace mientras navega por Internet ? Parece evidente que no debe ser sencillo para una señora de 40 ó 50 años reconocer, a viva voz, que se masturba varias veces a la semana. O que no recuerda demasiado bien cuando fue la última vez que lo hizo con su pareja.
Sabemos que los estudios sobre comportamiento sexual son difíciles y suelen estar sesgados por la influencia de la deseabilidad social, y eso ha ocurrido desde la publicación en 1948 del primer informe Kinsey. Sin embargo, y aunque en la película de Bill Condon (juro que ese era el apellido del director) sobre la vida de este pionero del estudio del comportamiento sexual, Kinsey apareciese realizando algunas entrevistas personales, la metodología utilizada en la mayoría de estudios realizados hasta la fecha ha sido el cuestionario anónimo. Reconozco que la entrevista telefónica puede resultar muy barata, y útil en algunos casos, pero no parece el método más adecuado para estudiar el comportamiento sexual. Sería mejor evitar este tipo de estudios en los que entrevistados y entrevistadas procuran dar tan buena imagen que quienes leen los resultados en la prensa sienten que no están a la altura, o piensan que son unos depravados sexuales.




El profesor Kinsey preguntando a una ama de casa de Ohio por su actividad autoerótica






sábado, 8 de diciembre de 2007

El informe Pisa y la vuelta al pasado

La publicación del informe PISA sobre la situación de la educación secundaria en el mundo ha tenido una enorme repercusión en los medios de comunicación. El número de páginas reservadas por los diarios, o el número de minutos destinados por radios y televisiones a comentar los resultados, es equiparable al que suelen demandar las hazañas futbolísticas de primer nivel. Y el mensaje ha calado hondo en el ciudadano de a pie, que ha sacado una idea en claro: los adolescentes españoles apenas saben leer. Me atrevo a pronosticar que esta idea quedará grabada en el imaginario popular por mucho tiempo, y que será adornada con otras informaciones que no aportaba el informe PISA, como, por ejemplo, que los alumnos son más antisociales, menos respetuosos, más inmaduros, etc. Las razones de este impacto amplificado pueden ser fáciles de entender, y es que los resultados coinciden con la representación social negativa dominante sobre jóvenes y adolescentes. Una de las razones de la persistencia de tópicos y concepciones científicas erróneas, incluso cuando la realidad demuestra lo contrario, es la receptividad a aquellos hechos que tienden a confirmar el tópico y la escasa atención prestada cuando indican lo contrario. Podríamos decir que el estudio confirma lo que todo el mundo ya sabía, y a ello debe su popularidad.

Imagen 1: Un ejemplo de la prueba de Matemáticas


Sin duda, los resultados del estudio son muy interesantes y pueden aportar muchas sugerencias de cara a la mejora del sistema educativo. Sin embargo, creo que también tendrán unos efectos colaterales poco favorables, pues contribuirán a reforzar la imagen negativa de los adolescentes. Es evidente que reconocer los problemas puede servir para movilizar a la sociedad y a la Administración de cara a buscar soluciones, lo que supondrá destinar más recursos y modificar políticas educativas. Sin embargo, también puede tener otras consecuencias menos favorables, como intensificar la estigmatización del colectivo de adolescentes. Esta estigmatización, a su vez, puede dificultar las relaciones entre adultos y jóvenes aumentando la conflictividad en familias e institutos; o limitar la participación de estos últimos en la toma de decisiones que les afectan, ya sea a nivel familiar, escolar o social; o servir para justificar el endurecimiento de medidas disciplinarias de carácter más coercitivo en los centros educativos. Y es que con frecuencia, cuando las cosas no funcionan como esperábamos surge en el ser humano el miedo a lo novedoso y el impulso a volver al pasado. Y en este caso, la escuela del pasado no es algo de lo que podamos sentirnos especialmente orgullosos. Ya sabemos que la memoria es muy selectiva y tiende a crear ficciones que mejoran en mucho la realidad vivida, pero esa escuela de nuestra infancia estaba llena de castigos físicos y abusivos, de aprendizajes poco significativos, de la memorización de textos como principal, o única, estrategia didáctica, de miedo y de falta de motivación. En esas circunstancias no era extraño que el abandono escolar alcanzase unas cifras alarmantes y fuesen muy pocos los alumnos y alumnos que lograban completar sus estudios secundarios.



Es necesario reflexionar sobre nuestro sistema educativo e introducir cambios importantes, pero dudo mucho que esos cambios deban suponer un paso atrás. Sería ingenuo pensar que bastaría con recuperar la filosofía del esfuerzo, el aburrimiento, la disciplina y la palmeta para conseguir mejores resultados. Salvando las diferencias culturales, el análisis del sistema educativo de aquellos países que ocupan los primeros lugares en el informe PISA, como Finlandia, puede ser de bastante utilidad. Algunas características del sistema educativo finlandés son: una fuerte inversión económica (5.8% de su PIB frente a nuestro 4.9%); una excelente formación pedagógica del profesorado (todos son licenciados en pedagogía antes especializarse en su materia); ausencia de separación de sexos, ni por niveles en ninguna etapa educativa; un enfoque socio-constructivista del aprendizaje (tan gratuitamente denostado en nuestro país); inclusión de contenidos similares a los de nuestra educación para la ciudadanía; mucho apoyo a los alumnos con dificultades; estrecha colaboración entre familia y escuela; igualdad de oportunidades para todos. Es decir, muchos factores que en absoluto han caracterizado la escuela española del pasado. La educación es una realidad muy compleja y su mejora requiere de soluciones más complejas que una simple mirada hacia atrás.

martes, 4 de diciembre de 2007

Las secuelas neurobiológicas de la institucionalización infantil



Los efectos sobre el desarrollo infantil de la institucionalización de niños pequeños son bien conocidos por la psicología desde hace tiempo. En la última década algunos estudios muy rigurosos, como el llevado a cabo por el profesor Michael Rutter con menores rumanos adoptados tras haber estado institucionalizados en su país, confirman las secuelas de la deprivación temprana sobre el desarrollo físico, cognitivo y socio-emocional. El grado de afectación, obviamente, estaba relacionado con la precocidad, duración y calidad de la atención recibida en la institución.

Aunque todo hacía suponer que muchas de las secuelas cognitivas y conductuales eran debidas a la influencia de la carencia de atención y estimulación sobre el desarrollo neurológico, no disponíamos de datos que apoyasen esta hipótesis. Sin embargo, en los últimos años se han realizado algunos estudios que arrojan alguna luz sobre este asunto. Por una parte, el uso de isótopos radiactivos para examinar el metabolismo cerebral ha indicado un déficit metabólico y una menor actividad cerebral en algunas regiones como el córtex prefrontal, el lóbulo temporal, la amígdala o el hipocampo. Todas estas zonas están muy relacionadas con funciones cognitivas y emocionales como la memoria, el control de los impulsos y emociones, la planificación del comportamiento, etc. Por otra parte, también se ha encontrado una disminución de la conectividad que el fascículo uncinado establece entre distintas zonas del cerebro relacionadas igualmente con funciones cognitivas y emocionales.

Estos hallazgos parecen confirmar la importancia de la experiencia y estimulación durante la infancia temprana para el desarrollo cerebral. Sabemos que el proceso de sobreproducción de neuronas y conexiones, que tiene lugar durante el embarazo y el primer año de vida del niño, está dirigido genéticamente. Pero este periodo temprano de proliferación sináptica, de varios meses de duración, es seguido por otro que se prolonga hasta el final de la infancia y en el que se eliminan aquellas conexiones que no se usan, quedando reducido el número de sinapsis a los niveles propios de la adultez. Por lo tanto, la supresión de conexiones inactivas, que se complementa con la mielinización o fortalecimiento de las sinapsis que se mantienen y utilizan, estaría claramente influida por la estimulación a la que el menor está expuesto. Ello explicaría los importantes déficits cerebrales observados en los niños institucionalizados

Los efectos de la deprivación temprana también parecen notarse sobre el sistema endocrino, ya que se han observado niveles más bajos de algunas hormonas como la vasopresina y la oxitocina. Estas hormonas están claramente relacionadas con el comportamiento social y afiliativo, por lo que su carencia puede afectar a la capacidad para el establecimiento de vínculos emocionales. Algo que ya sabíamos, puesto que los menores institucionalizados suelen desarrollar un tipo de apego inseguro-evitativo.

Estos datos, y algunos más, aparecen en el artículo que Charles A. Nelson acaba de publicar en el primer número de una nueva revista “Child Development Perspectives”, en el que se ponen de manifiesto las graves secuelas de la institucionalización infantil y la importancia que una adopción temprana tendría para salvaguardar el desarrollo de los menores que en algunos países aún continúan experimentando prolongados periodos de institucionalización.