martes, 30 de septiembre de 2008

¿Votar a los 16 años? ¿Por qué no?




Seguro que muchos de vosotros, ante la posibilidad de que algún vecino de 16 ó 17 años con el que os cruzáis a diario al salir de casa pueda votar en las próximas elecciones os sentiréis bastante incómodos. Probablemente penséis que se tratará de un voto poco meditado, sin fundamento que lo sustente y bastante irracional. Pero también tendréis que reconocer que las opciones electorales de muchas personas completamente adultas que conocéis –vecinos, compañeros de trabajos- no os parecen mucho más fundamentadas.

La pregunta que encabeza está entrada viene a cuento porque desde un tiempo a esta parte se vienen escuchando algunas voces que solicitan el derecho al voto para los cuidadanos mayores de 16 años. En realidad, algunos estados federales alemanes y Austría ya lo permiten, y en Inglaterra, al igual que en algunos países latinoamericanos, el debate está abierto desde hace algunos años. En nuestro país, el alcalde socialista de Sevilla aventuró la posibilidad de aplicar esta medida en las elecciones municipales de 2007, aunque al final la propuesta se quedó en el tintero.

No voy a entrar en consideraciones relativas a la influencia sobre el equilibrio político que el acceso a este derecho podría tener, aunque la mayoría de los expertos consideran que el efecto sobre el reparto de escaños sería mínimo. El porcentaje de adolescentes que se beneficiaría de esta medida estaría por debajo del 3%, y, como indican los sondeos del CIS, el posicionamiento político de este grupo es bastante centrado, algo más a la derecha de quienes tienen entre 19 y 29 años.

En contra se esgrimen argumentos relacionados con la falta de madurez, la desinformación o la dependencia de estos jóvenes. Estas razones no son nuevas, y ya fueron usadas en contra del voto de las mujeres durante la Segunda República. Recordaréis que algunos partidos de izquierda se opusieron a la solicitud del sufragio femenino por parte de diputadas como Clara Campoamor y Victoria Kent, por considerar que la supuesta inmadurez de las mujeres las haría presas fáciles de la Iglesia, y su participación decantaría el voto hacia la derecha. En el caso de los adolescentes de más de 15 años esta inmadurez es bastante relativa: la mayoría de estudios encuentran unos niveles de razonamiento similares entre adultos y jóvenes de estas edades a la hora de resolver tareas de lógica formal o relacionadas con la toma de decisiones. Es cierto que gozan de una menor experiencia, y que en situaciones sociales y de fuerte carga emocional -hot cognition- sus decisiones pueden resultar algo impulsivas, como consecuencia del desequilibrio aún existente entre circuitos cerebrales que tienen distintos ritmos de maduración. Sin embargo, en situaciones sin esa carga emotiva –cold cognition- se muestran más reflexivos.

A favor de ese derecho puedo argumentar que resulta algo contradictorio que un joven de 16 o 17 años pueda trabajar, dar su consentimiento a tratamientos médicos, sacar una licencia de caza, o tener ciertas responsabilidades penales, y no pueda votar. Pero, sobre todo, lo más importante sería que este derecho supondría un empoderamiento de los jóvenes que, en mi modesta opinión, aumentaría su interés por los asuntos sociales y su participación en la comunidad, y les haría más responsables. Esta medida debería ir acompañada de otras en la misma línea, como una mayor capacidad de intervenir en las decisiones que se toman en la familia y en los centros educativos. No vamos a proponer que, como se hace en algún colegio británico, sean los alumnos quienes decidan la continuidad del profesorado, pero al menos veo necesario que su voz sea oída más de lo que lo es en la actualidad. Puedo estar equivocado, pero qué podemos perder por probarlo.

domingo, 28 de septiembre de 2008

El apego inseguro desorganizado y el papel de los genes

En una entrada anterior me he referido a los tres tipos de apego que fueron descritos por John Bowlby y Mary Ainsworth –seguro, inseguro ambivalente e inseguro evitativo-, aunque algunos años después Main & Solomon (1986) propusieron la existencia de un cuarto tipo, el apego inseguro desorganizado. Se trata de niños que muestran muchas de las características de los inseguros ambivalentes y evitativos, y que inicialmente eran considerados como inclasificables. Son los menores que muestran la mayor inseguridad en su vínculo afectivo. Cuando se reúnen con su madre tras la separación en la Situación del Extraño, estos niños muestran una variedad de conductas confusas y contradictorias. Por ejemplo, pueden mirar hacia otro lado mientras son sostenidos por la madre, o se aproximan a ella con una expresión monótona y triste. La mayoría de ellos comunican su desorientación con una expresión de ofuscación. Algunos lloran de forma inesperada tras mostrarse tranquilos o adoptan posturas rígidas y extrañas y movimientos estereotipados. Si los apegos inseguros evitativo y ambivalente están determinados por la conducta insensible de sus cuidadores, los niños de apego desorganizado suelen tener cuidadores que presentan conductas amenazantes y atemorizadoras que generan una gran confusión en el menor. Por ejemplo, el maltrato por parte del cuidador generaría esta confusión, ya que la persona que podría aliviar y proteger al niño es la misma que genera su temor y malestar emocional.
Estudios realizados en el campo de la genética de la conducta encontraron una escasa heredabilidad de los tipos de apego, puesto que la mayor variabilidad era explicada por el medio familiar no compartido –el trato parental-. Sin embargo, estudios recientes de genética molecular han hallado un interesante efecto de interacción genes-ambiente, ya que aquellos menores que poseen las variantes 7-repetido y 521T del gen receptor de dopamina DRD4 tenían una probabilidad 10 veces mayor de presentar un apego desorganizado (Gervai et al., 2005). El sistema de neurotransmisión dopaminérgico es uno de los más importantes en el sistema nervioso central, ya que está involucrado en los procesos de la cognición, la conducta y las emociones, y la dopamina juega un importante papel en el desarrollo de la corteza prefrontal. Por ello, los receptores de la dopamina parecen estar asociados a problemas como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la esquizofrenia o las adicciones. Estos datos parecen indicar que la combinación de un trato parental claramente inadecuado con la posesión de ciertos alelos del gen DRD4 sitúan a los menores en una situación de mucho riesgo de desarrollar algunos trastornos psicológicos y psiquiátricos, cuya primera manifestación sería el apego inseguro desorganizado.

Otros factores que pueden facilitar el establecimiento de un apego desorganizado son de carácter ambiental. Así, en familias de alto riesgo psicosocial en las que los conflictos maritales, las adicciones y las situaciones estresantes están presentes, aumentará la vulnerabilidad del menor y bastará con un trato parental poco sensible a las necesidades del menor para que desarrolle un apego desorganizado.


Bernier, A. & Meins, E. (2008). A Threshold approach to understanding the origins of attachment disorganization. Developmental Psychology, 44, 969-982.



viernes, 26 de septiembre de 2008

Luces y sombras en el sistema educativo finlandés

Cuando a finales del año pasado se hicieron públicos los resultados del informe PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes de 15 años, que se lleva a cabo cada 3 años en un elevado número de países) se suscitó una clara preocupación social a raíz de la mediocre posición que ocuparon nuestros alumnos de secundaria: puesto 31 de 57 participantes. Inmediatamente dirigimos la mirada hacia aquellos países que ocuparon los primeros lugares en el ranking: Finlandia, Corea y Japón. Por ser Finlandia un país europeo, fue el que llamó más la atención en nuestros medios de comunicación, y su sistema educativo fue considerado como un ejemplo a seguir en distintas publicaciones y foros. En este mismo blog hicimos referencia a sus características. El interés estaba más que justificado, ya que es muy conveniente tener ejemplos que puedan orientarnos en la búsqueda de una mejoría del rendimiento de nuestros estudiantes de secundaria. Sin embargo, había un dato que me generaba cierta incomodidad, y es que esos tres países que lideran el ranking PISA, se caracterizan también por unas elevadas tasas de suicidio adolescente. De hecho Finlandia ha encabezado las estadísticas europeas durante la última década.
Cuando el pasado martes nos sobrecogió la noticia del asesinato en un instituto finlandés de 10 estudiantes por parte de un compañero aumentó mi inquietud, pues llovía sobre mojado ya que el año pasado fueron 9 los adolescentes que murieron en una masacre provocada por un estudiante de 19 años en un instituto de la ciudad finlandesa de Tuusula. Parece que no es oro todo lo que reluce en ese país, y que es preciso analizar el “paraíso” finlandés con algo más de detenimiento antes de importar a la ligera las recetas nórdicas. ¿Cuántos de nosotros querríamos mejorar nuestros resultados en el informe PISA si ello supusiera asumir algunos de los aspectos no estrictamente educativos de esos países líderes en matemáticas y lengua que de alguna forma explican sus mejores resultados, pero que también pueden estar relacionados con la insatisfacción de su juventud? Además, me parece que deberíamos completar los datos y estadísticas que evalúan la eficacia de nuestro sistema educativo con otros indicadores que vayan más allá del rendimiento de nuestros alumnos en las materias instrumentales. ¿O acaso no pedimos a la escuela algo más que enseñar a nuestros niños y adolescentes a resolver problemas y escribir con corrección?

martes, 23 de septiembre de 2008

¿Es la adolescencia una invención interesada de los adultos?


Con frecuencia, los psicólogos evolutivos nos hemos referido a la posibilidad de que la adolescencia sea una construcción social y no una realidad bio-psicológica. A favor de esta idea se ha argumentado que en muchas culturas, y en la nuestra en épocas pretéritas, el paso de la infancia a la adultez es inmediato y viene marcado por un rito de transición que una vez superado sitúa al joven en el mundo adulto. Sin embargo, en 1991, Alice Schegel y Herbert Barry publicaron un trabajo en el que recopilaron los datos obtenidos por estudios llevados a cabo en 186 sociedades pre-industriales. Como no podía ser de otra manera, encontraron una gran diversidad en la duración y la forma de vivir el periodo que sucede a los primeros cambios de la pubertad; sin embargo, en todas las culturas analizadas existía una brecha entre la madurez sexual y la asunción por parte de los jóvenes de los roles y responsabilidades propias de la adultez. En todas se reconocía como necesario el conceder a los chicos y chicas un periodo de moratoria en el que pudieran experimentar con cierta libertad antes de entrar de pleno derecho en la adultez.

En lo que sí aparecieron diferencias entre las culturas estudiadas fue en la consideración de la adolescencia como una etapa problemática y conflictiva, con una mayoría de sociedades que se alejaban de la concepción dramática y negativa. De alguna manera, los adultos coloreamos esta etapa en función de nuestras necesidades. Así, cuando se precisa de una incorporación inmediata de los jóvenes al mundo laboral, o en épocas de guerra, no se cuestiona la madurez y responsabilidad de chicos y chicas, que se convierten en personas adultas de la noche a la mañana. En cambio, en periodos de recesión económica, como el actual, en los que sobra mano de obra y los adultos están ocupando puestos de responsabilidad, hacemos todo lo posible por acentuar los rasgos negativos de este grupo etario -irresponsables, inmaduros, problemáticos y consumidores abusivos de drogas y sexo- y mantenerlos artificialmente en ese limbo que comienza con la pubertad (ver figura 1). Las teorías psicológicas han sido un soporte ideológico a esas estrategias dilatorias, y desde la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad, los psicólogos hemos formulado modelos explicativos que acompasaban a los cambios sociales y económicos, con una proliferación de artículos y publicaciones que acentúan la versión negativa de la adolescencia en momentos de crisis, para pasar a versiones más favorables cuando se ha necesitado la participación juvenil, como, por ejemplo, durante y tras la Segunda Guerra Mundial. Podríamos decir que estos datos ponen en entredicho la supuesta objetividad y asepsia de muchos de los estudios que llevamos a cabo, ya que de alguna manera inventamos la clase de adolescentes que necesitamos en cada momento. Algo similar, ha ocurrido con los estudios acerca de la idoneidad del cuidado sustituto al parental, ya que cuando el trabajo escaseaba y era conveniente que las mujeres permaneciesen en casa, los estudios indicaban que los niños que asistían a guarderías tenían un peor desarrollo que los criados por sus madres. Misteriosamente, los estudios pasaban a indicar lo contrario cuando cambiaban las necesidades, o cuando las mujeres, legítimamente, desearon abandonar su tradicional rol de cuidadoras para desarrollar una carrera profesional.

Figura 1. Características de los adolescentes según la opinión de adultos entrevistados
(Casco y Oliva, 2004)


Schlegel, A. & Barry, H. (1991). Adolescence: An anthropological enquiry. Free Press, New York.




sábado, 20 de septiembre de 2008

La derecha es miedosa: el sustrato neuropsicológico de las actitudes políticas

Hace unos días adelanté la noticia de que las personas de derechas son más felices. Hoy traigo otra novedad, resulta que también son más miedosas. Bien, parece que la balanza se equilibra. La verdad, a mí no me ha sorprendido en absoluto la noticia, o si no a qué viene ese afán desmedido entre las huestes conservadoras por apoyar la pena de muerte, el gasto en defensa, el control estricto de las fronteras ante la inmigración, la defensa de la disponibilidad de armas o la prioridad dada a la seguridad a costa de las libertades personales.

Pero ahora tenemos datos que apoyan esa asociación, ya que Science acaba de publicar un artículo con los resultados de un estudio llevado a cabo en la Universidad de Nebraska que muestra cómo las reacciones de ansiedad y miedo ante unos estímulos amenazantes están relacionados con actitudes políticas de carácter conservador. La amígdala sería la estructura cerebral implicada en estas reacciones emocionales, y por lo tanto en el apoyo a determinadas opciones políticas –qué gran protagonismo está alcanzando en los últimos años este diminuto grupo de neuronas. El estudio se basó en técnicas de laboratorio consistentes en monitorizar la reacción fisiológica de los participantes ante una serie de fotografías, algunas de ellas sumamente inquietantes, como una enorme araña sobre la cara de una persona. Los sujetos experimentales habían sido seleccionados previamente teniendo en cuenta sus convicciones políticas, evaluadas mediante un cuestionario de actitudes políticas, y en el estudio fueron controladas diversas variables sociodemográficas como el sexo, la edad y el nivel educativo. Los resultados indicaron claramente que los sujetos conservadores manifestaron respuestas de mayor intensidad emocional ante los estímulos amenazantes. Aunque el diseño del estudio es correlacional y, por lo tanto, es difícir establecer relaciones causales, los autores optan por las pautas de actividad neuronal de la amígdala como la causa principal de la orientación política.

Erich Fromm ya había aventurado que el miedo a la libertad llevaba a las personas a buscar refugio y seguridad bajo el amparo del fascismo. Otro heterodoxo freudiano, como Erik Erikson, había destacado la importancia de la búsqueda y exploración por parte de los adolescentes a la hora de construir una identidad personal sólida, que incluyese contenidos de carácter ideológico. Por otra parte, los estudios de la genética de la conducta ya habían resaltado la heredabilidad de la ideología política. Algunos no entendíamos cómo los genes, que al fin y al cabo no hacen otra cosa que colaborar en la síntesis de proteínas, podrían influir en nuestro comportamiento electoral, y pensábamos que la transmisión de la ideología de padres a hijos operaba exclusivamente a través de la socialización familiar. Ahora, si tenemos en cuenta la demostrada influencia genética sobre la reactividad de la amígdala, será necesario reconsiderar nuestra postura. El estudio publicado en Science ilumina algunos de los procesos que median en la relación entre genes y preferencias políticas –la reactividad emocional-, aunque, obviamente, no excluye la influencia del contexto social.

Los resultados son interesantes, y nos ayudan a comprender algunos fenómenos insólitos, como la reconversión política del fiero locutor  Federico Jiménez Losantos, que pasó de una militancia maoísta a otra de difícil definición. O la de Pío Moa, uno de los fundadores del grupo terrorista GRAPO y en la actualidad incansable revisionista de la reciente historia española. Sin duda, ambos han debido sufrir daños severos en la amígdala. Pero también es más que probable que los partidos políticos saquen mucho provecho del hallazgo, así, el partido Popular podrá saber definitivamente si Alberto Ruiz Gallardón es realmente de derechas o, por el contrario, un submarino del PSOE y del grupo PRISA.


Oxley, D. R, Smith, K. B., Alford, J. R. & Hibbing, M. V. (2008). Political attitudes vary with physiological traits, Science, 321, 1667-1670.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Los Serrano: la reconstitución familiar vista con ojos amables


No sé si seréis seguidores incondicionales de esta serie de televisión tan amable. Yo no lo soy, pero he tenido la ocasión de ver algunos episodios sueltos a lo largo de los últimos años. Hay que reconocer que son una familia compleja pero divertida, en la que, aunque hay conflictos, la comedia predomina de forma clara sobre el drama. También es indudable que la serie ha contribuido a retirar el estigma que, como una losa, pesaba sobre las familias reconstituidas. Así, muchos menores han podido contemplar una imagen bien diferente a la de la malvada madrastra de Blancanieves. También hay que reconocerle el interés por promover valores relacionados con la tolerancia y por combatir prejuicios de carácter sexista. Aunque tal vez se les haya ido la mano con el estereotipo de varón español.

Pero no todos son parabienes, y junto a esos probables beneficios quiero destacar un indeseable efecto secundario: la divulgación de una imagen demasiado idealizada y optimista acerca de lo que supone la reconstitución familiar. Y es que formar una nueva familia no es una tarea fácil, y exige un enorme esfuerzo y un claro compromiso por parte de la nueva pareja. Tendrán que fortalecer su vínculo marital a la vez que renegocian las relaciones con el padre no custodio; establecer relaciones con la familia extensa; construir una nueva historia familiar sobre la previa; y, lo más complicado, iniciar unas nuevas relaciones entre el nuevo padre o madre y el menor. Aunque muchas familias consiguen superar con éxito todas esas pruebas de fuego, también hay que reconocer un importante número de fracasos. Y algunos de los factores que abren el camino del fracaso son las expectativas excesivamente optimistas, como la ingenua idea de que los menores aceptarán de inmediato al nuevo padre, o de que los nuevos hermanos se llevarán bien desde el primer día. Cuando se va hacia la reconstitución con esa ilusión la decepción no suele tardar mucho en llegar.

En cambio, unas expectativas realistas, una buena formación sobre el asunto, la adopción por parte del nuevo padre de un papel cercano pero poco intrusivo, el apoyo de la familia extensa y la disponibilidad de recursos de apoyo serán factores que contribuirán al éxito de la reconstitución familiar. En nuestro país existen escasos programas preventivos o de formación para este tipo de familias, pero algunas experiencias llevadas a cabo en otros países son bastante prometedoras.

domingo, 14 de septiembre de 2008

De nuevo con “La razón estrangulada” o “zapatero a tus zapatos”.

.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
En una entrada anterior hice una valoración global del más que polémico libro de Carlos Elías “La razón estrangulada” en la que expresaba, a pesar del interés que me había suscitado el texto, mi desacuerdo con algunas de las ideas del autor. Aquí me voy a referir a mis discrepancias con una de las afirmaciones más reiteradas a lo largo del libro, la de que quienes trabajan en “ciencias duras”, como física o química, tienen una mayor capacidad intelectual y un razonamiento más lógico que quienes trabajan en Humanidades o en ciencias menos duras. Evidentemente la afirmación de Elías es un mero juicio de valor, ya que no aporta datos objetivos que sustenten dicha afirmación, o incluso un prejuicio, y bastante generalizado si tenemos en cuenta las opiniones expresadas en muchos blogs que comentan el libro. Nada tendríamos que objetar a una opinión expresada en un ensayo si no fuese por el desprecio con el que Elías se refiere a algunas ciencias sociales, como es el caso de la sociología, la antropología o, sobre todo, la pedagogía.

Pero, ¿es real esa superioridad intelectual de esos científicos puros, o es más bien un prejuicio infundado? Hay algunos estudios al respecto que pueden ayudarnos a responder a esa difícil pregunta, y el trabajo pionero de DeLisi y Staudt (1980) puede ser un buen botón de muestra. Estos investigadores “blandos” seleccionaron tres grupos de estudiantes universitarios de tres especialidades bien diferenciadas (física, ciencias sociales y políticas y filología inglesa) y les administraron tres tipos de tareas de razonamiento formal –que según la propuesta piagetiana representa la fase más avanzada de pensamiento- con contenidos propios de cada especialidad pero con la misma estructura y el mismo nivel de dificultad. Los resultados encontraron diferencias importantes en la interacción entre la especialidad de los alumnos y el tipo de tarea, de forma que cada grupo resolvió mejor la tarea de su especialidad. Con posterioridad se han llevado a cabo numerosos estudios con adultos que encuentran que los contenidos de las tareas influyen claramente en la calidad de la resolución.

Los datos anteriores cuestionan claramente la pretendida superioridad del razonamiento de algunos especialistas en ciencias, y nos recuerdan algunos casos de sujetos que, a pesar de haber alcanzado un alto nivel de desempeño como científicos, muestran una cierta inmadurez en sus razonamientos sobre temas ajenos a su especialidad. Creo que con más frecuencia de la deseada se ha asociado a la inteligencia con el desempeño en algunas ramas del saber científico-tecnológico, lo que ha sesgado claramente el desarrollo de las pruebas que los psicólogos hemos diseñado para evaluar la inteligencia.

Por otra parte, aunque en el modelo piagetiano el pensamiento formal, de corte hipotético-deductivo, representaba la última etapa del desarrollo intelectual, en los últimos años algunos investigadores han propuesto la existencia de una nueva etapa “la del pensamiento postformal”, que integra de alguna manera las cualidades del formal y del intuitivo, y que surge tras años de actividad profesional intensa sólo en algunos sujetos. Aunque no hay una propuesta unitaria y definitiva al respecto, este tipo de razonamiento se asemeja más al propio de las humanidades, de las artes o de las ciencias que trabajan con sistemas muy abiertos y complejos, como las sociales.

Un comentario que hace poco me hizo un amigo me llevó a redactar esta entrada en mi blog. El comentario se refería a que, con honrosas excepciones, muchos propietarios de blogs de ciencias que incluían el listado de sus películas, libros y músicas preferidas tenían unos gustos más propios de adolescentes que de personas adultas con una carrera terminada, lo que le sugería que probablemente estas personas no tuvieran la madurez precisa para entender obras de mayor enjundia, y se quedasen en la ciencia-ficción. ¿Es posible que alguien capaz de sacarle todo su jugo a Philosophiae naturalis principia matemática de Newton se aburra con Dostoyevski, con Shakespeare, con Mahler o con Ingmar Bergman? La verdad es que no tengo la respuesta.
**************************************
DeLisi, R., & Staudt, J. (1980). Individual differences in college students' performance on formal operation tasks. Journal ofApplied Developmental Psychology, 1(3), 201- 208

sábado, 13 de septiembre de 2008

El apego, una hermosa teoría psicológica



No tengo ninguna duda. Si tuviese que elegir la teoría psicológica que me resulta más seductora optaría de inmediato por la teoría del apego de John Bowlby. No voy a negar que otras teorías puedan tener su particular encanto, o que estén avaladas por una importante evidencia empírica, incluso que puedan mostrar una utilidad similar o mayor. Pero estamos hablando de belleza, y en ese terreno la propuesta de Bowlby tiene todos los ingredientes necesarios para llevarse el primer premio: sencillez, capacidad para explicar aspectos cotidianos, poesía y calidad narrativa en su formulación; en fin, más no se le puede pedir.

Otras teorías son más ambiciosas y tratan de representar verdaderos modelos explicativos. Y también tienen su atractivo. Así, el conductismo resulta muy práctico. El psicoanálisis tiene un gran valor literario y ha representado una fuente de inspiración para muchos artistas. La psicología piagetiana resultó incontestable, hasta que dejó de serlo. El enfoque socio-cultural siempre tuvo un empaque progresista que lo hizo muy atractivo entre determinados sectores intelectuales, aunque la mayoría de sus promesas se quedaron sin cumplir. En cambio, la psicología evolucionista no pasa de ser una joven promesa que aún está por madurar. Podríamos citar algunos más, pero tal vez los anteriores sean los modelos que han tenido mayor presencia en la psicología del pasado siglo.

.
John Bowlby
.

La propuesta de Bowlby nunca tuvo la categoría de modelo, ni siquiera la ambición de llegar a serlo, y es sólo una teoría que intenta explicar el origen de las relaciones interpersonales a partir de la relación afectiva que se establece entre el bebé y sus cuidadores. Al beber de la etología, la teoría del apego resaltó el carácter instintivo de este vínculo y su valor adaptativo. Sin embargo, también aportó una evidencia empírica muy sólida acerca del papel que las condiciones ambientales, en concreto la calidad de trato del cuidador, desempeñan en la forma que adopta el vínculo entre madre o padre e hijo. Bowlby propuso que dependiendo del trato materno o paterno se podían construir tres tipos de modelos de apego: seguro, inseguro ambivalente/resistente e inseguro evitativo. Su propuesta se basó, fundamentalmente, en una situación experimental denominada la Situación del extraño que diseñó con la colaboración de su colega Mary Ainsworth.

Cuando el trato es afectuoso y los padres se muestran atentos y disponibles, el menor desarrolla un modelo de apego caracterizado por la seguridad y confianza en sí mismo y en los demás. Estos niños serán afectuosos y seguros en sus relaciones, tanto con los amigos como en sus futuras relaciones de pareja e incluso parento-filiales. Apego seguro.

Si el trato recibido de los padres no es consistente, pues en bastantes ocasiones no están disponibles y atentos -una de cal y otra de arena-, aprenderán a desconfiar de los demás e igualmente se mostrarán inseguros con respecto a su propia valía personal. La desconfianza y los celos serán los rasgos más singulares de estos sujetos a la hora de establecer relaciones interpersonales. Apego inseguro ambivalente.

Por último, cuando la disponibilidad parental es escasa y los padres ignoran e incluso rechazan al menor, éste construirá un modelo basado en la autosuficiencia y la incapacidad para establecer relaciones afectivas. Serán hombres y mujeres que se mostrarán fríos y evitarán el compromiso emocional, pues se bastan a sí mismos. Apego inseguro evitativo.

Estos modelos construidos en la infancia se muestran relativamente estables, no obstante las experiencias afectivas que vayamos teniendo a lo largo de la vida tendrán la capacidad para modificarlos, tanto para aumentar nuestra seguridad como para tornarnos más inseguros.

En las últimas décadas se ha venido acumulando una importante evidencia empírica que ha otorgado mucha validez a la propuesta de Bolwby, cuyas aplicaciones se han extendido al estudio de las relaciones románticas o de pareja a lo largo de la etapa adulta. La psicoterapia basada en la teoría del apego también ha experimentado cierto desarrollo en los últimos años, y promete resultados interesantes.

En la página que figura bajo estas líneas, el profesor Chris Fraley, de la Universidad de Illinois, nos propone una serie de tareas que nos permitirán conocer nuestro modelo de apego adulto actual a partir de las puntuaciones obtenidas en dos dimensiones: ansiedad y evitación.

http://www.yourpersonality.net/cgi-bin/choose/getsurvey.pl





jueves, 11 de septiembre de 2008

Los niños de la opulencia



Los profesionales de la psicología siempre hemos estado muy interesados por estudiar qué factores familiares y comunitarios representan un riesgo para el ajuste psicológico de los niños pertenecientes a las capas sociales más desfavorecidas. Este interés ha estado más que justificado por la lógica suposición de que estos menores disfrutaban de unos contextos menos adecuados para su desarrollo cognitivo y socio-emocional. Por ello, a lo largo de las últimas décadas hemos llevado a cabo muchos estudios que han servido para acumular una importante evidencia empírica al respecto. Estos datos han sido de mucha utilidad para el diseño de programas de intervención dirigidos a familias desfavorecidas. Pero ¿qué ocurre con quienes se sitúan en el otro extremo de la escala social?, aquellos a quienes podríamos denominar “los niños de la opulencia”. ¿Son tan felices y ajustados como aparentan?

Parece que la cosa no está tan clara, ya que en los últimos años se han disparado algunas señales de alarma ante los hallazgos de algunos estudios que muestran una relación inversa entre el estatus socio-económico y el bienestar emocional de niños y adolescentes norteamericanos: chicos y chicas de familias de clase alta que muestran más síntomas depresivos y un mayor consumo de sustancias que sus iguales de familias menos acomodadas. Aunque esta relación nos produce cierta sorpresa, pueden encontrarse algunas explicaciones. Con frecuencia el dedo acusador ha apuntado a padres y madres, por tratarse de profesionales liberales que dedican poco tiempo a unos hijos que crecen con escasos apoyo y supervisión, pero que están sobrecargados de actividades extraescolares. Tampoco faltan quienes sugieren que la opulencia conlleva una visión muy materialista de la vida en la que algunos valores, como el interés por el fortalecimiento de las relaciones sociales queda en un muy segundo plano: la riqueza sería tan adictiva que la adquisición de un determinado estatus llevaría al esfuerzo denodado por conseguir un nivel superior. La psicología evolucionista también ha sugerido que la necesidad crea fuertes lazos entre las personas, mientras que la opulencia conllevaría individualismo excesivo y aislamiento social.


Este aislamiento estaría también vinculado a ciertos estereotipos negativos dirigidos hacia quienes poseen muchas riquezas. Al igual que tenemos prejuicios hacia quienes viven en condiciones de pobreza -son promiscuos, indolentes deshonestos-, algo parecido ocurre con los más favorecidos, a quienes etiquetamos como arrogantes, egoístas, superficiales e inmorales. La opulencia puede generar envidia y resentimiento en los demás y culpabilidad entre quienes disfrutan de una mejor posición social, que serán conscientes de esa animadversión. Ambos sentimientos podrían operar conjuntamente favoreciendo el aislamiento social y los síntomas depresivos en los opulentos.


A pesar de los indicios, los datos sobre el desajuste de los menores de familias con alto nivel económico no son en absoluto concluyentes. Menos aún sabemos acerca de los factores que pueden mediar esta relación. Por ello, sería interesante investigar más a fondo las condiciones de vida y el ajuste personal de estos niños y adolescentes, ya que los datos disponibles en nuestro país son prácticamente inexistentes.

Particularmente, tengo bastantes dudas respecto a los supuestos riesgos a los que están expuestos estos menores de la opulencia, al menos de forma generalizada. Tal vez los prejuicios sesguen mi buen juicio, pero, como canta Silvio Rodríguez, pienso que:


Tener no es signo de malvado
y no tener tampoco es prueba
de que acompañe la virtud.
Pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela
no tiene que invertir salud.

Silvio Rodríguez (Canción de Navidad)




Luthar, S. S. (2003). The culture of affluence: Psychological costs of material wealth. Child Development, 74 (6), 1581-1593.











domingo, 7 de septiembre de 2008

La derecha es más feliz que la izquierda

No, no voy a volver a hablar de hemisferios cerebrales, en esta entrada me referiré a la izquierda y derecha ideológicas. Y es que acabo de leer un artículo, que publica Psychological Science, con los resultados de un estudio realizado en 9 países que ha llegado a la conclusión de que aquellas mujeres y hombres que votan a partidos políticos de izquierda son menos felices que quienes votan a partidos de derecha. Bien, tal vez piensen ustedes que no era necesario el estudio, ya que la derecha suele tener más dinero, y aunque el dinero no trae la felicidad ayuda mucho a conseguirla. Pero no, no se trata del dinero, ya que los investigadores, como era de esperar, han controlado bastantes variables socio-demográficas, entre ellas el nivel económico de los sujetos entrevistados. Por lo tanto, la explicación no parece ir por ahí.


Los autores del estudio encuentran que es la sensibilidad ante las desigualdades y la racionalización que hacemos de ellas es la variable que media o explica la relación entre ideología política y el bienestar subjetivo. Así, los conservadores suelen justificar el status quo como justo y legítimo, lo que reduce su empatía y ,por lo tanto, el malestar y los sentimientos negativos derivados de ver a gente que lo pasa mal por la carencia de recursos. En cambio, los progresistas tienen que pagar un peaje emocional mayor, ya que carecen de esos mecanismos de racionalización que protegen a los conservadores.

La verdad es que el estudio me deja algo confuso, ya que acababa de leer como Bertrand Rusell en “La conquista de la felicidad” argumentaba que la infelicidad no es un signo de superioridad moral, y que la sabiduría y la sensibilidad hacia lo que nos rodea puede, y debería, ir acompañada de felicidad. En fin, no sé que pensar. Tal vez debería votar a Rajoy en las próximas elecciones. También estoy pensando en enviar un artículo a Psychological Science; si publican estas cosas...


Napier, J.L., & Jost, J.T. (2008). Why are conservatives happier than liberals? Psychological Science, 19 (6), 565-572.

jueves, 4 de septiembre de 2008

El cerebro femenino: feminismo de nuevo cuño


Comienzo a leer con mucho interés “El cerebro femenino” de Louann Brizendine, neuropsiquiatra de la Universidad de California, interesada por los estudios de la mujer y fundadora de la Women’s and Teen Girls’ Mood Hormone Clinic. Los asuntos neuropsicológicos me apasionan, y las diferencias entre hombres y mujeres siempre han sido uno de mis temas preferidos, por lo tanto, anticipo una gratificante lectura durante los próximos días.

El libro comienza con una descripción de las principales hormonas y su influencia sobre el cerebro de la mujer. La doctora no se corta un pelo, y admite que las oscilaciones hormonales asociadas al ciclo menstrual tienen una influencia clara sobre el estado de ánimo, el funcionamiento cognitivo y el rendimiento de muchas mujeres. Está bien que lo afirme una mujer. Yo hace años que trato de evitar cualquier referencia a algo tan obvio, pero tan políticamente incorrecto. Pero, me pregunto ¿acaso no es una conocida feminista?

Sigo leyendo: “el cerebro femenino tiene muchas aptitudes únicas: sobresaliente agilidad mental, habilidad para involucrarse profundamente en la amistad, capacidad casi mágica para leer las caras y el tono de voz en cuanto a emociones y estados de ánimo, destreza para desactivar conflictos. Todo esto forma parte de circuitos básicos de los cerebros femeninos. Son los talentos con los que ellas han nacido y que los hombres, francamente no tienen”.



Tras la lectura del párrafo anterior se despejan mis dudas acerca del feminismo de la autora, que parece recoger el hacha de guerra que hace unos años desenterró Helen Fisher con su obra “El primer sexo”. Vuelvo a leer con detenimiento, y, en efecto, no era una mala interpretación, leí bien, pues dice textualmente “que los hombres, francamente no tienen”. Aunque también leo a continuación: “Ellos han nacido con otros talentos, configurados por su propia realidad hormonal”. Siento cierto alivio y una gran curiosidad por ver cuáles son esos talentos, así que continúo ansiosamente la lectura esperando encontrar referencias a una superioridad masculina para las matemáticas, o para las ciencias, o para la mecánica, o, al menos, para el lanzamiento de penaltis.

Pero no, parece que no va por ahí la cosa, o si no juzguen ustedes mismos: “los hombres, en cambio, tienen dos veces y media más de espacio cerebral dedicado al impulso sexual, igual que los centros cerebrales más desarrollados para la acción y la agresividad. Los pensamientos sexuales flotan en el cerebro masculino muchas veces al día”. Bien, algo había notado yo, pero no deja de incomodarme una afirmación tan tajante.

Continúo la lectura y encuentro nuevas referencias a las diferencias de género. Así, la doctora Brizendine afirma que la amígdala “esa bestia salvaje que llevamos dentro” es mayor en los varones, mientras que el córtex prefrontal (el órgano de la civilización según el neuropsicólogo Luria, y encargado de la mayoría de funciones superiores) es mayor y madura antes en las mujeres. Mi ínsula (que procesa sentimientos viscerales) comienza a enviarme señales y empiezo a sentirme “incómodo”. Con un estado de ánimo entre intrigado y molesto -mi cerebro de varón no me permite captar bien la diferencia- decido continuar la lectura.

En ese preciso momento escucho gritos en casa, por lo que mi amígdala de primate macho se activa y me impele a acudir de inmediato a defender a mi progenie. Los alaridos provienen del cuarto de baño. No parece grave, es un simple asunto doméstico: mi mujer intenta ducharse y solicita mi intervención para que cambie la bombona de butano, pues el agua no sale caliente. Compruebo que la bombona no está vacía pero, misteriosamente, el agua continúa saliendo fría (si puede llamarse fría al agua que sale del grifo en el pleno agosto sevillano; pero, en fin, convengamos que la sensación térmica es algo relativo).

En ese momento, en algún lugar de mi cerebro se activa el recuerdo de algo que sucedió anoche en casa: aunque no soy fumador, después de cenar me apeteció echar un pitillo, y tras buscar infructuosamente cerillas por toda la casa, con impaciencia y aceleradamente, acudí al último recurso: el termo de gas. Como tiene una carcasa que impide acceder a la llama, tuve que retirarla, ciertamente de forma algo brusca y precipitada. Parece que el montaje posterior dejó mucho que desear, y aunque aparentemente todo está correcto y en su sitio, el termo ha dejado de cumplir la función para la que fue diseñado. Al instante, reconozco que mi actuación fue algo impulsiva y no pareció estar muy dirigida por mi corteza prefrontal. Había cerillas.

Recuerdo haber leído que mientras que las mujeres se sienten atraídas por las personas los varones prefieren manipular objetos y reparar chismes diversos. Pienso en el termo y comienzo a sentirme inseguro con respecto a mi identidad sexual, aunque al instante recapacito y recupero la tranquilidad: el libro que tengo aún en mis manos es, al fin y al cabo, un objeto.


martes, 2 de septiembre de 2008

La experimentación durante la adolescencia


Este era el titular periodístico con el que me encontré a la mañana siguiente de conceder, ingenuamente, una entrevista telefónica a un periodista de una agencia de noticias. Lo exagerado del titular y la inexactitud de la información presentada me llevó a publicar una aclaración en la prensa (véase entrada en este blog).

Recientemente hemos publicado en International Journal of Clinical and Health Psychology los resultados referidos al consumo de sustancias (alcohol, tabaco, cannabis) y el ajuste psicológico del estudio longitudinal, en el que seguimos a una muestra de 100 adolescentes desde los 13 hasta los 18-19 años, con tres recogidas de datos durante ese periodo.

Este estudio nos sirvió para describir tres trayectorias en el consumo de sustancias (Figura 1).


FIGURA 1. Trayectorias del consumo de sustancias en cada uno de los subgrupos.




Grupo de bajo consumo: son los adolescentes que presentan los niveles más bajos de consumo en los tres momentos estudiados, aunque experimentan un ligero incremento a lo largo de la adolescencia;

Grupo de consumo ascendente: que sigue una trayectoria ascendente mucho más acusada que el anterior, y las diferencias en consumo con dicho grupo van aumentando progresivamente en T2 y T3.

Grupo de experimentación precoz: es un grupo reducido de sujetos que parte de un nivel de consumo moderado en la adolescencia inicial para ir aumentando en la adolescencia media, y luego bajar ligeramente en la tardía, hasta situarse en un nivel similar al del grupo 2.


Quizá el dato más llamativo del estudio, además de la correlación positiva entre consumo de sustancias a los 13 años y ajuste psicológico a los 18, es que de los tres grupos creados a partir de sus trayectorias (bajo consumo, consumo ascendente y experimentación precoz) es este último el que recoge a los jóvenes con un mejor ajuste psicológico al final de la adolescencia. Estos adolescentes que mostraban un consumo moderado a los 13 años, que se hacía más frecuente a los 15 años para luego disminuir ligeramente, eran quienes presentaban en la adolescencia tardía las puntuaciones más altas en autoestima y más bajas en problemas internos o emocionales. El grupo de consumo ascendente, que incluía una mayor proporción de varones que de mujeres, reunía a los adolescentes que mostraron un mayor desajuste al final de la adolescencia, puesto que presentaron las puntuaciones más altas de los tres subgrupos en la escala de problemas de conducta, y niveles de autoestima y ajuste emocional cercanos a los del subgrupo de bajo consumo, y muy por debajo de los sujetos experimentadores. Por último, los adolescentes que presentaban el consumo más bajo obtuvieron las puntuaciones más bajas en autoestima y más altas en problemas emocionales, aunque como contrapartida fueron quienes mostraron un mejor ajuste conductual. Aunque estos resultados deben ser entendidos en nuestro contexto social y cultural, y hay que ser muy prudentes con respecto a su generalización, son semejantes a los obtenidos en Estados Unidos por Shedler y Block (1990).

Aquí podéis encontrar una descripción más detallada del estudio y la justificación de los resultados encontrados (Está en castellano).

Oliva, A., Parra, A. y Sánchez- Queija, I. (2008). Consumo de sustancias durante la adolescencia: trayectorias evolutivas y consecuencias para el ajuste psicológico. International Journal of Clinical and Health Psychology, 8 (1),153-169